Daisy estaba loca. No loca la mitad del tiempo, ni a veces, ni solo cuando bebía demasiado whisky. Estaba completa e irremediablemente loca. Y eso solo convertía a Floyd en un estúpido por hacerle caso.
-¿Ves a ese viejito interesante de ahí? ¿El que tiene agarrado del brazo a una niñita? -había preguntado Daisy entre los bancos, agazapada como una leona en la sabana.
-No sabía que te gustaran tan mayores, pero sí, lo veo. ¿Qué pasa con él?
Daisy sonrió pícara y le pegó un codazo.
-Tengo un mensaje para él y necesito entregárselo a solas. Por eso necesito que crees una pequeña distracción, para que la niñita no se dé cuenta de que su seatharillo ha desaparecido conmigo.
A Floyd no le había gustado cómo había pronunciado las últimas palabras, casi ronroneando. Pero había seguido escuchando. «¿Por qué seguí escuchando?», se reprochó con la mano en la frente.
-Cuando yo agarre del otro brazo al viejito, tú tienes que meter un buen empujón a la niña y marcharte como un cretino.
-¿Qué? No, ni hablar. No puedo hacer eso -dijo Floyd, teniendo claro desde el principio que no quería colaborar en ningún aspecto con Daisy. El brillo en su mirada no le daba buena espina.
-Claro que puedes. Solo es un empujón de nada, lo suficiente fuerte como para que se vuelva hacia ti y te ponga verde un rato. Pasará por cosas peores en su vida. Créeme.
-Dai...
-Fluffy -le interrumpió ella, clavándole los dedos en el hombro-, esto es importante. Por favor. Mathair me lo ha pedido.
Floyd suspiró, dejando caer la cabeza entre sus manos. Si su tutora era quien los había llevado hasta allí, si se había arriesgado a meter a la impulsiva Daisy en esa colmena de avispas, ese mensaje tenía que ser importante. Y así era como había acabado atropellando a esa pobre chica.
Se había mentalizado para golpearla solo lo justo para resultar grosero, pero sin hacerla daño, y sin disculparse -lo cual se veía incapaz de hacer-. Tal vez fue por los nervios. Quizá porque la había empujado mal. Puede que se le fuera de las manos y la golpeara con más fuerza de la que pretendía. Fuera como fuese, cuando Floyd vio a la chica desplomarse en el suelo con un grito ahogado y al anciano ser secuestrado por Daisy, no pudo continuar con su camino como si nada.
Durante unos breves pero intensos segundos se debatió entre la razón y la voz de Daisy, la cual le recordaba una y otra vez su breve papel en el plan. Desconocía las consecuencias de desviarse de lo mandado o de fallar en la misión. Y ese era el maldito problema. Una vez más, no sabía qué estaba haciendo.
La chica no estaba bien. Parpadeaba como un dibujo animado, mirando a la alta cúpula como si no viera nada y no dejaba de murmurar por lo bajo como un gatito desconsolado. Floyd miró en derredor. Si solo uno de los devotos de las Diosas que todavía pululaban por el kil se acercara a ayudarla... pero no. Varios ojos habían sido testigos de cómo la chica caía al suelo y lo único que habían hecho había sido apartar la mirada y seguir hablando de las aberraciones que rondaban por sus pías tierras. «Hipócritas», pensó Floyd no por primera vez en aquel fatídico día.
Echando un rápido vistazo a la chica aturdida, intentando comprender por qué no se ponía en pie, se dio cuenta de que había algo extraño en ella. Parecía que iba disfrazada de mujer, con un cuerpo más voluminoso de lo que correspondía a su afilado rostro. Con la caída, la falda se le había subido hasta por debajo de las rodillas, dejando al descubierto... huesos. Porque aquello no podían considerarse piernas. No cuando no tenían más volumen que los antebrazos de Floyd. Escondidas bajo aquel vestido, casi conseguía ocultar la extrema delgadez que la consumía.
Sin poder apartar la mirada de esos pálidos y finos huesos, Floyd dejó de preguntarse por qué la chica se había caído con un leve empujón, sino cómo había conseguido mantenerse en pie.
Zangoloteando la cabeza, se agachó al lado de la chica, quien apretaba los párpados con fuerza, y tiró de su falda para volver a cubrirla.
-¿Está bien? -repitió por cuarta vez-. Señorita, ¿se ha hecho daño?
En esa ocasión, cuando la chica volvió a abrir los ojos, consiguió enfocarlos en Floyd. O en algún punto sobre Floyd.
El joven torció la cabeza mientras la escrutaba. Los ojos de la chica tenían una perfecta heterocromía: el derecho era castaño mientras que el izquierdo era de un intenso celeste. Su rostro tenía menos color que el de un gealiano corriente, lo que era una señal de enfermedad y debilidad, y sus mejillas estaban plegadas sobre sus pómulos.
No, esa chica no estaba bien; y su caída tenía poco que ver con ello.
-¿Está bien? ¿Puede ponerse en pie? -preguntó Floyd, intimidado ante su silencio.
La chica bajó la mirada hasta su rostro como si no le hubiera visto hasta entonces. Enrojeciendo hasta la médula, Floyd cayó en la cuenta de que se había quedado ensimismada con ese infantil gorro de zorro que no sabía por qué seguía llevando. Se guardó su vergüenza, prometiéndose que más pronto que tarde haría pagar a Daisy por ello.
Los ojos ligeramente rasgados de la chica se abrieron cada vez más y más mientras recorrían las facciones del chico y Floyd recordó de golpe dónde estaban, qué acababa de decir la Voz de las Diosas. Si esa niña era una creyente de esas mentiras, que nada menos que un morktiano gigante la hubiera embestido tenía que ser su pesadilla personal.
Retirándose un poco hacia atrás, Floyd se planteó si no era demasiado tarde para meterse en su papel de cretino y marcharse sin mirar atrás. La chica alzó una mano hacia él.
-Qué curioso eres -fue lo primero que dijo en un susurro-. Tienes color.
Floyd se ruborizó con una inesperada profusión. En el tono de la chica no había asco ni rechazo, sino algo parecido al... asombro. Un maravilloso asombro.
-Mis parantan eran morktianos, señorita -explicó con la mandíbula tensa-. ¿Necesita ayuda para ponerse en pie?
Como si se hubiera olvidado de que estaba tirada en el suelo, la chica se miró y soltó un gruñido bajo. Clavó los codos en el suelo y se impulsó hacia arriba. A Floyd le dolió verla.
-Con permiso... -musitó antes de rodearla la espalda con un brazo y ayudarla a incorporarse.
Si la niña tenía algún reparo en que un inmigrante morktiano -y con alta probabilidad un «Mac de los Dioses»- le tocara, no parecía tener las fuerzas suficientes para sentir nada que no fuera un confuso entumecimiento. Para cuando consiguieron volver a levantarla, ella jadeaba con violencia. Con demasiada familiaridad, se agarró a los hombros de Floyd entre temblores. El joven, azorado, preguntó una vez más si se encontraba bien, y ella volvió a ignorarle.
Una vez recuperó una pizca de compostura, la chica echó un vistazo a su alrededor sin cerrar los labios, heridos como si se pasara las horas mordisqueándolos.
-¿Dónde está mi seathair? -preguntó con genuina desazón.
-No... no lo sé. Lamento haberte empujado, estaba... distraído. ¿Puedo compensártelo de alguna forma? ¿Podría invitarte a comer?
En cuanto pronunció el verbo «comer», toda la atención de la chica volvió a él con el chasquido de su cuello. Floyd retiró la cabeza hacia atrás, temiendo que se lanzara a arrancarle el rostro a bocados. Si había algo que nunca había llegado a acostumbrarse del carácter gealiano era su falta de sentido de espacio vital. Esa chica estaba demasiado cerca.
-¿Comer? -repitió ella con ojos voraces.
Su estómago gruñó como si repitiera la palabra. A Floyd se le escapó una sonrisa. Dando un paso atrás, dejando que las manos de la chica cayeran de sus hombros, inclinó la cabeza hacia el portón del templo. Ella no dudó en acompañarle.

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Noroi
FantasyEn Ar Saoghal existen dos tipos de personas: los que nacen sin habilidades y los norois. Perseguidos y temidos, los norois llevan siglos obligados a vivir como parias; una situación que solo empeora cuando la República de Morkt cae bajo el Golpe de...