Capítulo 1 (Parte 5)

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Kayla despertó con la ronda de aplausos final en medio de un sueño despedazado por el rugido de las llamas y chillidos oníricos. Con la cabeza entre ambos mundos, cayó de vuelta en su cuerpo con el doloroso adormecimiento que recorría cada una de sus terminaciones. La mujer y su bebé habían desaparecido de su lado y se preguntó si había vuelto a hablar dormida.

Con una dolorosa lentitud, estiró las piernas manteniéndolas tapadas. Algunos oyentes abandonaron el kil, pero otros muchos se demoraron para charlar bajo la enorme bóveda con el ánimo encendido. Nadie parecía haberla reconocido.

Una sonrisa jugó en sus labios. No pudo resistirse a fantasear sobre cómo sería su vida si, en vez de haber nacido en lo más alto de Animus, fuera nighan de aquellas gentes, de alguien común. Pecando de ingenua, se vio a sí misma tomando la mano de su mathair mientras cruzaban el portón del kil; y asistiendo a una escuela, riéndose de las bromas de sus compañeros; y comiendo cuando tuviera hambre; y saliendo a la calle sin miedo a ser mutilada...

Se le escapó un lánguido suspiro. La simple y dulce cotidianidad de una vida sin alturas siempre conseguía que su pecho doliera henchido de anhelo.

Pero ya era mayorcita para dejarse encandilar por sueños sin fundamentos.

Cabeceando, intentó ponerse en pie. Y descubrió que era incapaz de hacerlo.

Apoyó las palmas en la columna a sus espaldas e intentó impulsarse, pero sus guantes se deslizaban por su lisa estructura como si fuera de agua. Clavó los talones en el suelo, sus piernas pesadas como dos troncos de roble, pero apenas conseguía alzarse unos centímetros cuando su cuerpo volvía a fallarle.

El sudor abrazaba su piel cetrina, angustiosos jadeos manando entre sus dientes, cuando un par de relucientes zapatos se detuvieron ante ella. Una mano nudosa se extendió y Kayla la tomó sin dilaciones, permitiendo con un infinito agradecimiento que le levantara.

Su seathair le sonreía con los labios cerrados y esa mirada cálida que reservaba para ella. Kayla le devolvió trémula el gesto.

-¿Has soñado algo interesante? -preguntó su seathair mientras rodeaba su espalda con un brazo, emprendiendo un lento andar.

Sin intentar fingir que no había dormido durante todo el oficio, Kayla recopiló sus recientes sueños. Un vago recuerdo de ruinas, fuego abrasador y la desesperante sensación de respirar llamas acudió a ella. Por unos segundos tiró de ese hilo, pero no fue capaz de recuperar el resto del sueño, y tampoco era algo que quisiera compartir con su seathair. En su lugar, recurrió a un sueño pasado más agradable.

-Yo no lo denominaría interesante... sino más bien... satisfactorio -señaló Kayla, alargando un poco más su sonrisa-. Estábamos en el gran comedor y la mesa estaba repleta de todo tipo de platos. Estábamos todos sentados... excepto mathair y semathair, y podíamos comer todo lo que quisiéramos. Ah... ¡se me hace la boca agua solo de recordarlo! Olía tan bien...

Su estómago gruñó lastimoso, remarcando sus palabras. Harald rio y le estrechó contra sí, algo que Kayla no pudo sentir a través del relleno del vestido. Ahora que había recordado aquel sueño, su apetito latente revivió con mayor voracidad y sintió un ligero vértigo. Si no comía nada pronto, desfallecería. Pero no quería preocupar a su seathair.

Fingiendo mayor estabilidad de la que tenía, entrelazó su brazo con el de su seathair. Él le permitió aquel lujo como el caballero que era.

Harald Lasair -Harald VIII para los historiadores- era uno de los pocos que podían sonreírle sin falsedad o mirarle a los ojos sin sentirse intimidado por su heterocromía. Desde que tenía consciencia, él había sido, sin esfuerzo, una de las personas favoritas de Kayla; alguien en quien podía confiar para ser recibida con un cálido abrazo en cualquier situación. Ni siquiera que él fuera consciente de que aquel vestido no era más que una tapadera para su enfermiza escualidez y que no mediara con su mathair para ayudarla podía manchar la imagen que su nuore tenía de él.

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