Hace siglos atrás, existió una historia muy poca conocida, una historia de amor de dos amantes que se enamoraron, sin importar el castigó que podría caer sobre sus cabezas.
Un Rey que no elegía a quien entregar su corazón, se enamoró de su sobrina...
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El pasadizo se hallaba solitario, los faroles de luces alumbraban el silencioso lugar que se recorría. Sus pasos eran oído, siendo firmes, sus hombros anchos demandaban autoridad, vestía de un traje de negro con rojo, en una mano llevaba una espada que sujetaba con precisión y seguridad.
─Padre. ─Llamó al llegar a la habitación del dueño de la casa.
─Adelante. ─Una voz gruesa y pesada se escuchó desde adentro de la habitación.
La puerta se corrió hacia un lado y se hizo presente la presencia de aquel guardia de alto rango que se presentaba. ─Un mensaje del Norte. ─Avisó haciendo una reverencia y acercándose hacia el hombre de trajes caros que tenía un sombrero que demandaba su estatus y poder ante todos los nobles.
Jongseong tomó entre sus manos la carta, abriendo con cuidado, empezando a leer las primeras líneas. ─Taemin. ─Nombró, levantando la mirada hacia el menor que mantenía una postura recta y sería. ─Prepara una tropa y dirígete al Reino Norte. Al fin tenemos la ubicación exacta de mi amado hijo. ─Informó riendo levemente, poniendo el papel sobre la mesa. ─Haz lo que tengas que hacer y tráeme de vuelta a mi hijo mayor, Park Jimin. ─Declaró mirando al hijo que había adoptado.
─Si, padre. ─Hizo una reverencia de 90° y se dirigió de forma inmediata a la salida, dispuesto a acatar la orden emitida por su padre, el hombre que le salvó de la muerte, luego de ser abandonado en medio de la nada.
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(...)
Su corazón latía a un ritmo tranquilo, sin apuros, su mente aunque se hallaba en blanco sin mucho en que dar vueltas no dejaba de sofocarlo, pero, considerando que el ritmo de su corazón que era lento y tranquilo, significaba que aún todo estaba bajo calma.
Sobrepensar haria explotar su mente, y Jimin lo sabía a la perfección, sin opciones, dejó caer su peso sobre la madera, tirando aún lado su máscara y su espada, dejando con fuerza ambos jarrones de licor sobre la mesa, calmado sirvió, observando el lechoso color del licor y sintiéndose en el cielo al oler el licor, aguando su boca y activando cada parte de su cuerpo, como si fuera la última cosa que necesitara su cuerpo para vivir.