Esa noche fue de lo peor que he vivido hasta ahora. Lloraba hasta quedarme dormida, y me despertaba de golpe por culpa una pesadilla que aparecía repetidamente en mi cabeza. Poco a poco me fueron viniendo imágenes a la mente, y empecé a recordar lo ocurrido la noche antes de despertar en el hospital.
Y de pronto comprendí porqué nadie me había venido a visitar al hospital. También comprendí la razón por la que mi débil corazón se alteró tanto que se paró momentáneamente, y el verdadero trauma que viví hace unos meses, un infierno que mi mente prefirió olvidar.
Recordé el viaje en coche y la imagen de mi padre conduciendo de noche mientras mi madre le iba dando indicaciones desde el asiento de copiloto. Yo estaba sentada detrás, y esa probablemente fue la razón por la que puedo estar contando esto ahora. Empecé a acordarme de más detalles. Recordé la carretera. Recordé las luces. Recordé los gritos. Recordé el miedo y el olor a sangre. Y, por último, recordé como todo se volvía borroso a la vez que se oían sirenas y más gritos. Al llegar al hospital los médicos dijeron que es un milagro que yo saliera impune. Yo no sé si fue un milagro o una maldición.
Recordé haber visto llegar otra camilla. No me había tomado la insulina, y fui hacia los médicos que acababan de entrar para avisarles, pero ellos no tuvieron tiempo de reaccionar y de impedirme que me acercara más. La camilla contenía los cuerpos inertes de mis padres. Mi corazón no pudo soportar ver sus rostros inexpresivos. Se paró casi a la vez que los suyos.