5. La despedida (2a parte)

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Miré a mi alrededor. Estabas recostada sobre una cama de hospital, rodeada por cuatro paredes blancas que conferían a la habitación un aspecto plano y aburrido. A tu izquierda había una pequeña mesita con cajones, y, justo al lado, una ventana con la persiana bajada. Fue como abrir una puerta al pasado. Reconocí la sala en la que me desperté una mañana hace dos meses. La mañana en que empezó todo.

– Chloe... ¿eres tú? Ven, Chloe. ¿Me puedes hacer un favor? Mira, ¿ves ese cuadro de ahí? – Me preguntaste con una voz suave y débil, señalando la pintura del girasol. – Lo hice cuando llegué aquí. Fue el primero de todos, y ahora está allí, solo. ¿Puedes colgar aquí el resto de mis dibujos? La pared está muy sosa, y así me hacen compañía.

Los ojos se me llenaron de lágrimas. Tu luz se iba apagando poco a poco, como un suspiro silencioso.

– Claro que sí, ahora mismo te los traigo. – Dije intentando sonreír, mientras toda la tristeza del mundo me resbalaba por las mejillas en forma de gotas saladas.

Volví a la que hasta ese momento había sido nuestra habitación y recopilé todos los bocetos que tenías sobre la mesa y en varias libretas. Eran todos diferentes y coloridos, como las flores en el mes de abril. Los fui llevando a la habitación del cuadro del girasol mediante diferentes viajes y transportando unos cuantos cada vez. Lloraba de camino, y cuando llegaba los iba esparciendo por las paredes del cuarto, siguiendo tus indicaciones mientras hablábamos de todo lo que habíamos vivido juntas y de todo lo que nos habría gustado vivir. El tiempo transcurría de forma extraña, y me movía de un lado a otro como atraída por un imán, sonámbula.

Al final, cuando terminé de colgar todos lo dibujos, el sol empezaba a ponerse y la habitación tenía un aspecto de cuento hadas. Me pediste que abriera la ventana, y así lo hice. Las paredes se iluminaron de los últimos rayos de sol y esperanza, reflejándose en las acuarelas y creando un precioso espectro, parecido a un prado colorido. Una cálida brisa de aire entró y te acarició el rostro. Miraste al techo con los ojos brillantes y cargados de lágrimas y me diste la mano. Y entonces pronunciaste esas palabras que nunca olvidaré.

– Te quiero. Siento no poder cumplir mi promesa.

Me deshice en tus brazos. Lloré todo el agua del planeta y te pedí que me llevases contigo. Quería abandonar este mundo, porque no tenía sentido seguir viviendo una vida de la cual tú ya no formabas parte.

– Yo también te quiero. – Susurré entre sollozos, y esa fue la señal que necesitabas. Ahora ya podías irte con la consciencia tranquila, desapareciendo de este mundo con la misma rapidez y elegancia que un pétalo se desprende de la flor una fría noche de primavera.

Te lo prometoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora