7. El secreto

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Me desperté y abrí los ojos lentamente. La cabeza me daba vueltas y un fuerte pitido me atravesaba el oído de un lado a otro. Miré a mi alrededor con dificultad. Me encontraba en la misma habitación en la que yo llegué y en la que tú te habías ido. Las paredes todavía estaban llenas de dibujos. Me dolía el pecho y sentía como si mi cerebro estuviese ardiendo de tantas preguntas que me hacía. ¿Qué hacía aquí de nuevo? ¿Qué había ocurrido? ¿Había sido todo una pesadilla? No, había sido demasiado real como para tratarse solamente de un sueño.

– Buenos días Chloe, ¿cómo te encuentras? – Me preguntó la mujer vestida de blanco sonriendo levemente, a quien no había visto entrar. – La operación ha salido perfectamente, y si todo va bien dentro de un par de días podrás volver a moverte con total libertad.

– ¿Qué ha pasado? – Articulé con dificultad. A diferencia de la última vez, ahora sí era capaz de recordar todo lo sucedido, pero aun así nada tenía sentido, y me costaba distinguir lo que había ocurrido recientemente de las memorias de hace meses.

– Hace dos días tuviste otro ataque cardíaco, seguramente causado por las fuertes emociones que viviste. – Empezó cuidadosamente. – Teniendo en cuenta tu expediente, es normal que tu cuerpo reaccione a tales traumas, de forma que, aunque era arriesgado, decidimos que lo mejor era hacer una intervención. Gracias a ello pudimos llegar a tiempo, y, al ver que tu corazón se había detenido por completo, conseguimos hacer un trasplante que te salvó la vida.

Era demasiada información para procesarla en pocos segundos. Traté de incorporarme, pero nuevamente un fuerte dolor me invadió el pecho y el estómago.

– Tómatelo con la calma. Mírame, tranquila. – Dijo la mujer al ver mi mueca de sufrimiento. – Poco a poco.

Me ayudó a sentarme en la cama, y, tras comprobar mis constantes en una pantalla que tenía al lado, conectada a mi brazo a través de un tubo, me cogió de la mano y levantó la mirada. Tenía los ojos llenos de lágrimas, y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no echarse a llorar mientras me hablaba desde el corazón.

– Lo siento mucho, de veras. Tú no te mereces nada de esto, ya has vivido suficiente. – Se detuvo un momento, respirando con dificultad para recobrar la calma. – Lamento no poder darte todo el amor y tranquilidad que te aportaba Abril, pero tú no tienes la culpa de lo que le ocurrió. Su pérdida ha sido muy dura para todos, incluido todo el personal del hospital. Yo la conocí hace ya un par de años, y desde entonces la he visto crecer y entablar amistades, pero ninguna de ellas es comparable con la conexión que mantuvisteis vosotras dos. Por eso no puedo ni llegar a imaginarme lo duro que debe de ser esto para tí, sobretodo teniendo en cuenta que era tu persona más cercana, tu única familia. – Apenas pudo terminar la frase. Estuvo a punto de estallar en lágrimas, pero se contuvo y adoptó nuevamente esa cara seria pero cariñosa que tanto la caracterizaba.

– Entonces... ya está. Se ha ido para siempre, ¿cierto? – Pregunté, todavía incrédula por todo lo que había sucedido. Notaba como se me iba formando un nudo en la garganta, pero no tenía suficientes fuerzas para llorar. Continué observando la mujer de blanco, haciendo un enorme esfuerzo por mantener abiertos los párpados, que de repente me pesaban como si se tratase de dos bolsas de plomo que colgaban por encima de los ojos.

– Te voy a contar un secreto. Pero no puedes mencionar a nadie que te lo he dicho, ¿de acuerdo?

– De acuerdo. – Asentí levemente con la cabeza, luchando para no sucumbir al sueño que me invadía cada vez más y más.

– En teoría no tendría que estar dando esta información, pero lo consideraré un caso especial. – Dijo en tono comprensivo. – Antes de que Abril falleciera, dijo que quería donar sus órganos sanos a la ciencia y la medicina. Por eso, cuando sufriste el infarto hace dos días, supimos inmediatamente cómo solucionar el trasplante. Los órganos suelen tardar bastante en llegar de hospitales cercanos, de forma que en seguida nos planteamos la opción de usar el corazón de Abril. Se lo consultamos a nuestros superiores, y, una vez nos hubimos asegurado de que teníais el mismo grupo sanguíneo y que la operación podía llevarse a cabo sin demasiadas preocupaciones, nos dieron el visto bueno y actuamos rápidamente. Es verdaderamente un milagro.

La mujer dejó de hablar al ver como mi rostro empalidecía por momentos, y me acarició cariñosamente el hombro para que me tranquilizase. Me costaba respirar y noté cómo se me aceleraba el pulso. Eso todavía me hizo alucinar más.

Tras unos momentos conseguí tomar control de mis emociones. La anestesia, que seguía presente en mi sangre, me arrastró de nuevo bajo sus efectos. Mientras todo a mi alrededor se desvanecía lentamente, incluido el preocupado rostro de la mujer de blanco, un solo mensaje aparecía repetidamente en mi cabeza, una frase que me hacía sentir segura a la vez que melancólica. Nuestras almas latirían juntas para siempre; me acompañarías en cada paso, en cada suspiro. No me abandonarías nunca. Tu corazón seguiría conmigo hasta el final, cuando llegue el momento de vernos de nuevo. Cumpliste tu promesa.

Te lo prometoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora