Extra 02.

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—¿Me puede repetir? —liberó la directora, atónita por el súbito anuncio del único alfa que trabajaba con ella.

Mingyu no podía estar renunciando. Los pequeños lo adoraban. Incluso, a pesar de no ser muy sociable con el resto de sus colegas, sí lo estimaban y nunca habían tenido algún tipo de conflicto con él.

No tenía sentido. La paga no era despreciable, y se notaba que disfrutaba del empleo, que había nacido con la personalidad y el carácter adecuado para tratar con niños. No todos tenían la vocación que él poseía con naturalidad.

—Si necesita más tiempo para buscar a alguien, puedo quedarme hasta final del mes —propuso con determinación, sin remordimientos y sin desviarle la mirada.

Aunque era una decisión precipitada, estaba convencido de que era la mejor opción a su actual situación. Las ojeras que ocultaba con polvo de maquillaje no lo dejarían exagerar.

Estaba agotado físicamente por luchar todo el tiempo contra su mente. Desde que llegó a su vida Sungbin, lo hizo en consiguiente la existencia de Soonyoung, que diluida en la del menor, estaba ahí, recordándole todo lo que detestaba de ser un alfa.

No podía dejar de pensar en Soonyoung, su lobo estaba frenético, tirando de él para que hiciera algo al respecto. Para que diera el paso decisivo que terminaría por unirlos. Sin embargo, Kim no lo complacería, no caería de nuevo en aquel juego de feromonas y felicidad disfrazada de dependencia.

Le gustaba tal como era su vida. Cada que llegaba a casa y se tiraba en el sofá, al cerrar los ojos, aquella paz que le inundaba, que sabía la conseguía con sus propios medios, era todo lo que necesitaba.

Una vez sufrió y gozó por alguien más, compartió desde las experiencias más terribles hasta las más maravillosas. Y al terminar, también creyó que sería su fin, que al perder a Seokmin, también se perdería a sí mismo. Pero encontró una nueva forma de vivir, de seguir adelante, sin que su bienestar fuera una reacción a la felicidad de un amante.

Se había acostumbrado a la soledad, a dormir abrazando una almohada —que no se quejaba por su peso, ni por la fuerza que ejercía—. Le gustaba tener tiempo para sí mismo y para sus amigos, con los que salía a cenar y a beber, solo un poco, no quería convertirse en un alcohólico. Sus principios morales seguían intactos.

—Para encontrar un reemplazo que llene las mismas expectativas que tú, supongo que no será suficiente una semana, pero para contratar a un profesor de preescolar... Está bien... Si ya tomaste una decisión... —quería detenerlo, si le decía que era por el sueldo, estaba dispuesta a subírselo, sin embargo, podía deducir que el verdadero motivo estaba fuera de su alcance.

Por mucho que le insistiera, no lo conseguiría.

—Agradezco su comprensión, y de nuevo, me disculpo por lo repentino —expulsó reflejando en su expresión que estaba avergonzado. Era la primera vez que actuaba egoístamente en el trabajo.

La mujer asintió sin añadir más, todavía aturdida por la situación. No se imaginaba el colegio sin la presencia del alfa, que a pesar de llevar un par de años allí había logrado dejar una huella enorme, en alumnos y profesores, que sería difícil de borrar.

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Acordaron informarles a los pequeños, de su partida, hasta el último día, antes de que se marcharan a casa. De esa forma, con la emoción de ver a sus padres, olvidarían que al día siguiente ya no estaría Mingyu allí.

En verdad creyó que era una buena estrategia, nunca esperó que uno de ellos, más exactamente Sungbin, se negara a salir del salón.

—Tu padre está afuera, no le hagas esperar demasiado —dijo en tono suave, inclinándose hasta quedar a la altura del menor.

éramos indestructibles › kookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora