CAPÍTULO: N°4

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Con el alba apenas asomando su rostro pálido sobre el horizonte, los primeros destellos de luz se entrelazaban con las sombras de la noche que se desvanecía, pintando el cielo con pinceladas de rosa y oro. En ese momento mágico del amanecer, me encontré cruzando el umbral del Café de la Esquina, un refugio de calidez y aromas reconfortantes que siempre me recibía como un viejo amigo. Me acomodé en mi rincón favorito, un espacio apartado donde la luz del día se colaba tímidamente a través de las cortinas, bailando sobre la madera en un silencioso vals de claroscuros.

Allí, en la soledad de mi espera, mis pensamientos volaron hacia la noche anterior, hacia las palabras de Tomás que aún vibraban en mi pecho, promesas tejidas en la tela de la noche, promesas de un futuro repleto de posibilidades. Con manos temblorosas, extraje mi celular, deslizando el dedo sobre la pantalla para revivir aquel mensaje que había alterado el curso de mi destino, y una sonrisa floreció en mis labios al pensar en la cena virtual que se avecinaba, un puente sobre el abismo de la distancia.

No tardó en llegar María, su presencia, un bálsamo para el alma, una ráfaga de aire fresco que disipaba las últimas brumas de mi incertidumbre. Su risa, clara y resonante, llenó el espacio entre nosotras, y al abrazarnos, sentí cómo se desvanecían los últimos vestigios de preocupación, reemplazados por la certeza del apoyo incondicional de mi amiga.

"¡Luna! Cuéntame todo," exigió María, sus ojos chispeantes de expectación y curiosidad mientras se sentaba frente a mí.

"Es Tomás," comencé, mi voz apenas un susurro cargado de emoción. "Me ha propuesto una cena virtual para esta noche."

Un grito ahogado escapó de los labios de María, sus manos volando a su boca en una expresión de sorpresa y alegría desbordante. "¡Eso es increíble! Pero, ¿cómo va a funcionar?"

Le expliqué los planes de Tomás, cómo él había prometido cuidar cada detalle, cómo sería un puente entre nuestros mundos a través de la tecnología. Mientras hablaba, la emoción burbujeaba dentro de mí, y María asentía, su sonrisa amplia y genuina, un reflejo de la felicidad compartida.

"Estoy tan feliz de verte así, Luna. Después de todo lo que pasó con Simón, te mereces este nuevo comienzo, esta aventura," dijo María, tomando mis manos entre las suyas, su tacto cálido y firme.

Mientras las tazas de café despedían su calor en nuestras manos, María y yo nos sumergimos en una conversación que parecía tan necesaria como el aire que respirábamos. Los croissants y las tostadas con mermelada se convirtieron en meros espectadores de nuestro intercambio, testigos mudos de las confesiones matutinas.

"María, hay algo más... algo que no he dicho a nadie," comencé, mi voz titubeante revelando la vulnerabilidad que sentía al abordar el tema de Tomás.

Ella inclinó la cabeza, su mirada fija en la mía, un gesto que me invitaba a continuar sin temor. "¿Qué sucede, Luna? Puedes confiar en mí," dijo, su tono suave y alentador.

Tomé una profunda respiración, encontrando el coraje para verbalizar los sentimientos que habían comenzado a brotar en mi interior. "Es Tomás... hay algo en él que me atrae, algo más que una simple amistad. Pero tengo miedo, María. Miedo de apresurarme, de confundir la gratitud con algo más profundo."

María asintió, comprendiendo la complejidad de mis emociones. "Es normal tener miedo, Luna. Después de lo que pasó con Simón, es natural que quieras proteger tu corazón. Pero también es importante que te permitas sentir, que explores esos sentimientos por Tomás sin presión."

Sus palabras eran un bálsamo, y sentí cómo se disipaba una parte del peso que había estado cargando. "Quiero darme la oportunidad, pero paso a paso. No quiero que la distancia ni la ilusión nublen mi juicio," dije, decidida a mantener los pies en la tierra.

DOS MUNDOS UN LATIDO A DISTANCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora