Miro la hora en mi reloj solo para estresarme más de la cuenta. Se suponía que mi reunión con el señor Delacroix debía ocurrir en quince minutos y yo aún no logro atravesar las puertas del maldito edificio Luxor 33. Al salir a la esquina logro divisar la imponente torre, y con solo ver el diseño exterior, bastante funcional que debe tener más de treinta pisos y de arquitectura moderna, me hago una idea más basta del porqué se llama así.
Me recupero solo lo suficiente para atravesar las puertas que se abren a mi paso y dirigirme hacia la recepción de entrada.
—Buenos días —saludo a la chica detrás del elegante mostrador. Ella me mira como bicho raro.
Ladea su rostro con algo de desdén. Me pregunto por qué esa reacción si ni siquiera me conoce. Esta será la primera vez que venga a este lugar, y solo porque me he ofrecido voluntaria. En mi vida cotidiana los únicos edificios que visito son los de la universidad y los de las bibliotecas. De otro modo, jamás tendría que entrar en uno tan lujoso como este.
—¿En qué puedo ayudarle?
—Ah, sí. —Me espabilo—, vengo a una reunión con el señor Delacroix. Vengo de...
—Un momento, ya lo verifico. —La chica no me deja terminar de hablar y empieza a teclear rápido en su ordenador. Cuando termina me mira con algo de hastío—. Suba por el ascensor de la derecha. La esperan en el piso treinta y tres.
—Ah, no debo darle mi nombre o alguna identificación.
—No hace falta, hace parte del protocolo del señor Delacroix. Él se las pedirá si las necesita.
—Vale —repongo un tanto contrariada.
Sin más dilaciones me encamino hacia el ascensor que indicó. En mi trayecto me fijo que al otro lado hay otros ascensores y a diferencia de este que está solitario, esos están bastante ocupados. En mi mente imagino que este debe ser privado. Un hombre vestido de uniforme se acerca.
—¿Sube? —me pregunta cuando me ve que me quedo congelada viendo el panel de signos en la pared del ascensor.
Me pregunto por qué no pueden ser normales como todos, con su flecha arriba y flecha abajo.
—Ah, sí. Debo ir al piso treinta y tres.
El hombre grandulón me mira de arriba abajo y le veo esbozar una sonrisa lasciva que me hace poner incomoda. Saca una tarjeta de acceso de dentro de su chaqueta de trabajo y la pasa por una ranura. Las puertas se abren de inmediato y me pide que entre.
—Pulse el número treinta y tres, subirá de inmediato.
Indica sobre el panel numerado de forma extraña.
—Gra-Gracias —respondo trémula, su mirada no me agrada. Intimida.
Cuando las puertas se cierran presiono los números y el aparato empieza a subir. Mientras lo hace aprovecho y me miro en una de las caras de los espejos y reviso que mi ropa esté bien. Llevo mi uniforme de trabajo, un vestido gris plomo ceñido hasta después de las rodillas, de manga corta y cuello recto que no deja nada a la imaginación. Zapatos de medio tacón punta. No traje chaqueta porque hacía un día espectacular. Reviso por último mi pelo rubio oscuro que afortunadamente no se ha salido de lugar. Afirmo mi bolso sobre el hombro y estoy lista para salir cuando se abren las puertas.
Salgo del ascensor y me encuentro con un elegante, aunque deshabitado recibidor con pisos de mármol puro. Un grande y elegante ramo de tulipanes adorna el centro dándole un toque agraciado a la estancia. No hay mostrador, solo una sala al lado del elegante centro floral, que mira hacia los enormes ventanales. No parece una oficina normal, más parece el recibidor de un ático de lujo. Tal vez, me enviaron al lugar equivocado. Me devuelvo al ascensor y me percato que no sé cómo volver a abrirlo y que por obligación debo buscar al viejo esquivo que vine a ver. Vuelvo de nuevo al recibidor.
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El juego del millonario
RomanceAlessia Donovan trabaja de día como vendedora en una tienda de ropa para hombres, y en las noches se esfuerza por sacar adelante sus estudios de administración en la universidad. Todo va relativamente bien en su agitada vida hasta que tiene la fortu...