Sí, estoy loca; pero ¿hasta dónde estoy dispuesta a dejarme llevar por él? «Al infinito y más allá», respondería mi flipante yo interior; sin embargo, la yo realista y racional la calla de un plumazo al reconocer que en parte él es la razón del porqué tomé distancia, por lo que creo que estoy escapando con la persona equivocada.
―¡Espera!
Me detengo en seco para que pare de caminar.
―Aún no ―responde haciendo caso omiso de mi petición.
Sigue caminando, demostrándome que hará lo que le dé la gana, así yo ponga objeciones. En sí, voy remolcada por él.
―¿Sabes hacia dónde vamos? ―pregunto obvio, reconociendo el lugar a donde nos dirigimos.
Solo que no tengo idea de si él lo sabe.
―Vi un lugar muy bonito por allá.
Señala haciendo un gesto con su cabeza.
―¿Y cómo sabes que vas hacia el sitio correcto? No está muy iluminado por aquí, ¿sabes?
―Pero sí, lo suficiente para llegar ―repone y se detiene―, justo aquí ―añade para que yo contemple hasta dónde hemos llegado.
El lago Ágora.
Me pongo a su lado y, desde donde estamos, se puede ver toda la extensión de agua al fondo que brilla con la luz de la luna. Y tiene razón, es de los lugares más lindos que tiene el pueblo. Anteriormente, era centro de paseos, excursiones o fogatas en noches de luna llena. Cuando papá vivía solíamos venir con mamá a hacer pícnics en familia, y algunas noches después de una fiesta me escapaba con Patty, Rob y varios amigos para bañarnos. La travesura que dejamos de hacer porque a varios de los chicos les dio pulmonía, y uno de ellos fue... Robin.
―¿Cómo supiste que estaría aquí? ―pregunto caminando hacia la orilla―. Debo suponer que lo investigaste ―añado cuando se ha puesto a mi lado.
Acomodo mi vestido y me acuclillo en el pasto que está húmedo, después termino por sentarme abrazándome a mis rodillas, él hace lo mismo. Me abrazo a mi saco, está un poco frío.
―Supones bien ―responde ladeándose para mirarme sobre el hombro de su cazadora.
―¿Por qué?
―Solo investigo lo que me gusta.
―Siento que debo enojarme por ello.
―Adelante ―repone engreído y yo me giro y lo miro arrugando la cara, fingiendo molestia.
Después no me queda más que sonreír por la cara de arrogante seriedad que pone. Hago silencio, dejando que solo se escuche el gorjeo del agua, fijando mi mirada en ella.
―Eres el colmo, y supongo que hasta mi talla de calzones averiguaste.
Me divierto con la situación.
―Talla... M ―especula y ahora lo miro espantada.
―¡Oye!
―Es broma, pero estoy seguro de que acerté con la ropa interior que te compré para la fiesta y que ahora posee Victor.
―Dentro de esas cosas de las que tenemos que hablar, ¿vas a preguntarme cómo terminaron en su poder?
―Bueno, estoy completamente seguro de que no te las quitó.
Vaya, eso me hace ruborizar y avergonzar al mismo tiempo.
―¿Cree que soy tan fácil?
―La verdad no, por eso, heme aquí.
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El juego del millonario
Storie d'amoreAlessia Donovan trabaja de día como vendedora en una tienda de ropa para hombres, y en las noches se esfuerza por sacar adelante sus estudios de administración en la universidad. Todo va relativamente bien en su agitada vida hasta que tiene la fortu...