La esposa del Sultán Ahmed, enfrentada a una amenaza tan directa y despiadada, se vería obligada a reconsiderar su posición y estrategia.
En la quietud de su cámara, la esposa del Sultán Ahmed sostiene la carta del Sultán Murad. Su mirada recorre cada palabra, cada amenaza velada, y un escalofrío recorre su espina dorsal. La realidad de su situación se hace palpable, tangible como el papel que ahora arruga entre sus dedos.
Con la determinación forjada en el fuego de la adversidad, ella levanta la vista, sus ojos reflejando una resolución inquebrantable. No habrá lágrimas, no habrá súplicas; solo la firmeza de una mujer que ha sobrevivido a las intrigas de la corte por años.
"Que así sea," murmura para sí misma. "Si la guerra es lo que busca el joven Sultán, entonces en las sombras encontraré mis aliados. En el silencio de la noche, trazaré mi curso. Y si debo caer, no será sin dejar mi marca en la historia de este imperio."
Con un suspiro que lleva el peso de su linaje, la esposa del Sultán Ahmed comienza a escribir. Una respuesta, no de sumisión, sino de desafío. Una declaración de que, aunque el poder haya cambiado de manos, el juego de tronos está lejos de terminar.
