Corazón de lágrimas

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"Corazón de Lágrimas"

Habíamos entrado a las habitaciones de la casa (La correspondiente claro). Me tocó compartir habitación con Luna Lovegood, así que rápidamente busqué la habitación y me encontré con una chica descalza que andaba por ahí colgando brillos en el techo.

— ¿Luna Lovegood? — preguntó Esmeralda, con cierta duda.

— ¡Oh! Sí, supongo que tú eres Esmeralda Rosier. — Luna respondió con seguridad.

— La misma. — Esmeralda miró a su alrededor.

— ¡Encantada! — Luna extendió su mano.

— Gracias. — Esmeralda la aceptó.

— ¡Espero que te guste la habitación! Me tomé horas mejorándola. No siempre se nos unen chicas nuevas del mundo muggle. — Luna seguía colgando estrellas y hacía fuerza cuando se ponía de puntitas de pies. — Aunque, sabía que no eres muggle. De hecho, todos lo saben y te mencionan. — Luna continuó colocando las estrellas. — Conocemos tu historia.

Luna no estaba muy segura, y en ese momento una estrella cayó al suelo, pero Esmeralda la atrapó antes de que tocara el suelo.

— ¿Sabes mi historia? No me conocen. — respondió Esmeralda mientras le pasaba la estrella. — No saben nada, y aún así hablan. — Antes de que Luna pudiera tomarla, Esmeralda la alejó rápidamente. — ¿Te pido un favor? — Luna asintió. — No hables de saber mi historia si no sabes lo que es. — La miró a los ojos. — Soy respetuosa y busco el mismo respeto, ¿está bien? — Le sonrió para no parecer fría y le dejó la estrella en la mano. — Ah, y ten cuidado de no caerte, no te vayas a lastimar.

Luna soltó una risa, y en ese momento Esmeralda se dio cuenta de que podrían ser amigas, aunque no necesariamente las mejores amigas. A veces no hace falta ser muy cercano para llevarse bien. Esmeralda no tenía muchas amigas, y mucho menos mejores amigas.

Esmeralda, la joven bruja con un pasado turbio, se encontraba sentada en las escaleras movidas del castillo de Hogwarts. La brisa fresca de la noche acariciaba su rostro mientras intentaba alejarse de los murmullos y las miradas inquisitivas de los demás estudiantes. Había decidido salir de la sala común para tomar un respiro y escapar de la atmósfera cargada que la rodeaba.

Para su sorpresa, no estaba sola. Harry Potter, el famoso mago que había sobrevivido al ataque de Lord Voldemort de niño, se sentó a su lado. Sus ojos verdes, detrás de los característicos lentes redondos, la observaron con curiosidad.

— Hola —dijo Harry—. Quería disculparme por lo que pasó en el tren. No era mi intención incomodarte junto a mis amigos.

Esmeralda lo miró fijamente. Sabía quién era Harry Potter y conocía su historia. También sabía que él y sus amigos habían preguntado sobre su linaje, lo que había desencadenado su respuesta inesperada. Aunque no era mal educada, no tenía intención de disculparse.

— Harry Potter —respondió con frialdad—. Aunque tu nombre suene muy serio, me parece irresponsable que pidas perdón por algo que no hiciste. Mis respuestas fueron sinceras. Sé que creen que soy peligrosa, que mi familia persiguió a los Black durante años. Pero no soy una maldita asesina. No dejes que los rumores te engañen.

Harry frunció el ceño. —Esmeralda, no todos te juzgan por tu linaje. Pero debes entender que la historia de tu familia pesa sobre ti. No puedes ignorarla.

— ¿Y tú? —replicó Esmeralda—. ¿Tu historia te define por completo? No somos solo nuestros antepasados. Yo no vine aquí para matar a nadie. Solo quiero estudiar magia y aprender a controlar mis habilidades.

La tensión en el aire era palpable. Esmeralda se levantó de las escaleras, frustrada.

— No me alejo de todos —dijo—. Solo quiero que me den una oportunidad. No soy solo mi apellido. Y tú, Harry Potter, deberías saberlo mejor que nadie.

Harry la observó mientras se alejaba. La conversación había dejado una marca en ambos.  Antes de dormir, entré al baño para cambiarme y ponerme algo más cómodo. Dejé el relicario  sobre la mesa del lavabo y lo coloqué a mi lado. No quería que se me perdiera; amaba ese collar. Mientras me bañaba, solo podía pensar en una cosa: lograr lo que tenía que lograr. Sabía exactamente qué hacer. Mi abuela me había dejado una herencia, los mortífagos me protegían y, en pocos días, cuando cumpliera 17 años, mi corazón formaría parte de uno de los horrocruxes. Debía ser la persona más protegida del mundo mágico.

Encontrar lo que necesitaba no sería fácil, pero tampoco era difícil decirlo en voz alta. Aun así, sabía que muchos estarían en contra si lo pedía de manera convencional. Después de bañarme, me cambié, me lavé los dientes y me puse el relicario. Luego, fui a la habitación y me acosté en mi cama. Luna dormía al otro lado; ya estaba profundamente dormida. Tomé mi cajita musical, que estaba al fondo de mi maleta, y le di cuerda para que sonara. Una bailarina emergió de ella, girando y llenando la habitación con su melodía. No era miedo lo que sentía, sino una extraña costumbre. Mi padre, Evan Rosiar, antes de morir, me había acostumbrado a dormir con esa caja musical. Desde entonces, siempre pensaba que él estaba conmigo cuando la bailarina giraba.

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