Día 94.

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Katakuri cuenta a sus hermanos por docenas, tiene un montón. Su barco está repleto de botellas de alcohol y tabaco de calidad al gusto de Oven y Daifuku, pero también tiene muebles a prueba de bebés para cuando Pudding, Flampe o cualquiera de los otros se escabullen de sus cuidadores. Ser el segundo hijo de casi ochenta no es cosa fácil para alguien reservado como Katakuri, que muestra su amor a través de acciones. Sin embargo, trata de satisfacer a todos sus menores como un buen hermano mayor.

La impresionante capacidad de reproducción de su madre es lo que hace que Katakuri ni siquiera note al niño en su barco al principio.

La primera razón es porque está tan acostumbrado a la presencia de infantes a su alrededor que se considera imperturbable a estas alturas. La otra razón es que el niño es silencioso. Está acurrucado en la cubierta húmeda, con la espalda pegada a la pared que da a los camarotes. Katakuri puede verle la planta de los pies descalzos desde donde está, negros por la suciedad y amoratados por cientos de heridas.

"¿Cómo has llegado aquí?" Pregunta bruscamente.

El niño se sobresalta. Mira a Katakuri con cautela, sus grandes ojos estudiándolo por unos segundos. Cuando termina, la expresión de su rostro enmarcado por cabello grasiento pasa a algo genuinamente desolador. Muestra una tristeza arraigada tan profundamente a su ser que empapa a Katakuri tan dolorosamente como una lluvia torrencial cayendo sobre su piel desnuda. Tarda unos segundos mirando ese rostro antes de decidir que la apagada emoción no le sienta bien al niño. Es como ver el sol apagarse y la luna caerse a pedazos. Como una nube molesta que no permite que la luz caiga sobre la cubierta en un día frío. Es tan discordante, tan fuera de lugar, como cuando la masa de los donuts queda demasiado dura y el glaseado no llega a cubrir ni una porción de su postre favorito.

"Te he preguntado cómo has llegado aquí," le dice al ver que no tiene intenciones de responder, pero el niño solo mira a Katakuri como un gatito abandonado bajo la lluvia.

Como se ha señalado anteriormente, Katakuri tiene más de setenta hermanos menores y, aunque no lo parezca, es un poco débil a la mirada triste de un niño perdido. El pequeño debe tener la edad de Pudding o de los decallizos. O de Yuen, como mucho. No puede evitar imaginar a uno de sus hermanos menores en el lugar de este niño.

"Ven, te alimentaré," promete Katakuri caminando hacia el interior del camarote.

En el camino no se gira ni una sola vez para ver si el chico lo sigue, pero puede oír pasos apresurados corriendo laboriosamente para llegar a la altura de las enormes zancadas del adulto. Con excepción de ellos dos, el barco está desierto. La misión de Katakuri estaba destinada a ser algo corto, de un par de días, por lo que no se molestó en traer ni siquiera a sus chefs personales. Como tal, cuando llegan a la cocina lo único que el pirata puede ofrecer es una montaña de donuts que estaba a punto de engullir antes de percatarse del intruso en su barco.

El hombre se sienta y mira al chico. Ahora que no están a la intemperie bajo la lluvia, Katakuri aprecia mejor la figura. Su camiseta azul está deshilachada y los pantalones, demasiado grandes, están atados a su cintura con una cuerda. Está descalzo y de su cuello cuelga un viejo sombrero de paja. El niño es pequeño, con la piel grisácea ya sea por la suciedad o por enfermedad. Tiene el cabello negro enmarañado y sus ojos son oscuros y profundos, con la tristeza nadando en sus iris. Puede ver que su mirada está desenfocada y que el menor no está en sus cinco sentidos.

"Come," le dice.

Esto hace que la atención dispersa del niño se centre en el plato de donuts. Con cautela, se acerca a la mesa y alcanza uno, acercándose al plato mientras busca la manera de coger el alimento que le triplica en tamaño. Mira brevemente a Katakuri, vigilando su reacción. Cuando no ve enfado en su expresión pétrea, le pega un mordisco al enorme dulce directamente del plato. El pirata puede ver la pequeña chispa que salta en sus ojos cuando saborea la comida antes de morder más ansiosamente. El primer donut desaparece en segundos, y el niño se lanza al siguiente. Cuando solo lleva unos cuantos mordiscos del segundo donut, se detiene con una mueca de dolor y se agarra la barriga.

100 días sin sonreírDonde viven las historias. Descúbrelo ahora