Día 95.

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Apenas ha salido el sol y lo primero que Katakuri ve al despertar es un par de ojos oscuros mirándolo fijamente. El niño está despierto y vestido, sentado en la cama con la espalda chocando contra el cabecero y abrazando sus piernas pegadas a su pecho. Su sombrero viejo está firmemente pegado a su cabeza. No sabe si el niño ha conseguido dormir toda la noche, pero siente una punzada de orgullo involuntario cuando ve que parece más sano. Su piel, ahora limpia, tiene un color más saludable y la tristeza siempre presente en su mirada está enmascarada por el brillo de la curiosidad mientras mira a Katakuri.

"¿Has dormido bien?" Pregunta.

El niño no responde, pero Katakuri no esperaba respuesta. Es en el momento en que se levanta de la silla que se da cuenta de que, a pesar de su mutismo, el rostro del niño es un libro abierto. Ahora que está más consciente que ayer, sus ojos se ensanchan en dimensiones inimaginables mientras recorre con la mirada la enorme estatura del pirata. Eso hace que mire a su alrededor, percatándose también del tamaño de la cama, la cómoda y el resto de la habitación. Es divertido cómo casi puede adivinar los pensamientos del niño.

También se da cuenta, aunque un poco tarde, de la ausencia de miedo en los ojos del niño. Ha sido cauteloso, pero cualquier niño normal temblaría ante la presencia de un hombre como él, con su vestimenta, su altura imponente y su rostro ensombrecido por su bufanda. Eso solo afianza su pensamiento anterior de que, más que valentía, es estupidez. Aún así, la parte de él que está acostumbrado a que algunos de sus hermanos menores se asusten de él y los más mayores le guarden tal respeto que ni se atreven a mirarlo a la cara, lo encuentra entrañable.

Sin decir palabra, comienza a caminar hacia la cocina. El niño lo sigue fielmente como un patito siguiendo a su madre. Aunque sigue siendo difícil para él ponerse al día con Katakuri, no camina tan trabajosamente como ayer. Su capacidad de recuperación es un tanto admirable.

Aún quedan donuts frescos en su reserva, Katakuri los deja sobre la mesa y espera. Como el día anterior, el niño devora cada bocado con ansias. Cuando Katakuri parte otro donut por la mitad y se lo entrega experimentalmente, el niño se detiene y lo mira fijamente. Se da cuenta de que su atención está enfocada en la boca tapada del hombre.

"No comeré. Cómete esta mitad, tu cuerpo no aceptará más que eso."

El niño frunce el ceño y abre la boca como si quisiera quejarse, pero su voz no sale. Eso hace que su rostro se tuerza con frustración. Su pequeño cuerpo está tenso por el esfuerzo de intentar hablar, sus labios se mueven nuevamente, formando una palabra que parece estar atrapada en su garganta. Katakuri puede ver la frustración en los ojos del niño, el deseo de comunicarse luchando contra el miedo y el bloqueo que lo mantienen en silencio. El hombre solo observa, sin ofrecer palabras de consuelo, mientras ve cómo sus manos tiemblan y las lágrimas amenazan con brotar.

"Detente," dice el pirata al fin. "El trauma actúa diferente para cada persona. Lo que sea por lo que has pasado ha provocado que tu cerebro apague tu capacidad para hablar, al menos aquí, frente a un desconocido. No vas a conseguir hablar solo por esforzarte. Recuperarte lleva un tipo de proceso y tiempo que no tienes, porque estás conmigo y yo no mimo ni consuelo."

Se da cuenta de que el concepto de trauma puede llegar a ser difícil de comprender para un niño. También, que quizás sus palabras son demasiado honestas y directas para un niño pequeño. No sabe por qué, pero después de todo dice:

"Sin embargo, yo no me preocuparía. Eres un niño fuerte. Si tu mente se recupera tan rápido como tu cuerpo, no tengo dudas de que podrás superarlo pronto."

El niño no sonríe, no lo ha visto hacer eso desde que lo encontró ayer por primera vez. Sin embargo, la forma en que mira a Katakuri es diferente a todas las anteriores. Es algo como admiración. Sus piernecitas se mueven hacia delante y atrás y vuelve a su último trozo de comida. El adulto quiere pensar que son signos de felicidad que reemplazan sutilmente a la sonrisa ausente.

100 días sin sonreírDonde viven las historias. Descúbrelo ahora