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A Petunia le bastaba con vivir en el Upper East Side y pagar un abogado de inmigración del más alto calibre

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A Petunia le bastaba con vivir en el Upper East Side y pagar un abogado de inmigración del más alto calibre. Dejó su trabajo en la empresa sin más preámbulos, firmó un acuerdo de confidencialidad y recibió una alta suma y un estipendio mensual de un fideicomiso.

Estaba preparada.

Y en consecuencia, también lo estaba el parásito en su estómago.

La tercera semana de junio de 1980 fue extremadamente agitada para una Petunia Evans que nunca sería Dursley. Esa fue la semana en que dio a luz a un bebé sano, gordo pero en lo que cabe, sano. Era demasiado grande incluso cuando se estaba formando y casi la había matado al salir. Pero Ulright había pagado la mejor sala de maternidad de la ciudad y los médicos la acompañaron. Entonces ella había estado bien.

La Petunia de antes era una madre bastante cariñosa. Ella le daba al niño todo lo que quería y siempre estaba de su lado aún cuando no debía.

La Petunia de ahora sostenía al bebé con los brazos extendidos mientras este miraba el techo y balbuceaba, asimilando que había salido de ella.

Incluso todavía llamó al niño Dudley, Dudley Evans.

¿Por qué?

No podía decir mucho, ya le robó la vida a la mujer y ya no importaba si le robaba el nombre del niño.

Pensando eso, redactó una carta.

Pensando eso, redactó una carta

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"Para Lily Evans,

Como mi madre y mi padre ya no están con nosotros, pensé que podría informarle a mi único pariente vivo que tiene un sobrino llamado Dudley. Nació el 23 de junio.

Tu hermana,

Petunia"

Petunia"

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Quizás debería haberla dirigido a Lily Potter, de soltera Evans, pero Petunia sólo enviaba la carta como cortesía y realmente estaba de acuerdo en que la magia era extraña y como no la tenía, no pensaba involucrarse.

Así que no dejó una dirección de remitente y solo lo envió por correo a la casa de su infancia en Cokeworth. Tal vez le llegó a Lily, tal vez no, pero de cualquier manera Petunia se sentía bien. Después de todo, aquella no era su familia.

No fue hasta una noche de principios de mes, cuando el mundo se incendió con fuegos artificiales y vítones, que Petunia se sintió abrumada e intentó callar a Dudley meciendolo de un lado a otro como se supone la pediatra le habia enseñado.

Pero tan pronto como logró que se calmara, el edificio se sacudió con una nueva ronda de explosiones sobre el horizonte y la hizo reunir sus gritos.

—¡Cállate! ¡Cállate! ¡CALLATE!

Y el apartamento quedó en silencio, las luces se apagaron y por un momento el mundo pareció detenerse. Hasta que Petunia, más allá de sus límites, miró hacia abajo en la tenue luz y vio al niño todavía gritando en sus brazos. Un niño que seguía gritando y que estaba encerrado en una burbuja.

Una maldita burbuja que apareció de la nada misma.

—Maldita sea —hipó Petunia, con lágrimas corriendo por su rostro asustado.

Esto no podía estar pasando.

Imposible.

No a ella.

Además, ¿ahora cómo lo sacaría de esa cosa?

Petunia sin el DursleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora