tres

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Capital en marzo era un infierno de gente y de estímulos, no era la primera vez que iba pero sí la primera vez que la pensaba como un futuro hogar y quería volver a mi casa, a las cinco cuadras en las que me movía habitualmente por la tarde, cuando los dueños de los locales cerraban para dormir la siesta. Me había mudado a una ciudad que nunca dormía y me hacía sentir un poco fuera de lugar. No tenía que volver a tomar decisiones ebrio.

―Creo que me voy ―le dije a Fran cuando bajó a abrirme.

―Vos no te vas a ningún lado.

Pasó su brazo alrededor de mis hombros y me condujo hasta el ascensor. El trayecto de los ocho pisos mientras escuchaba su voz fue un instante de paz en el medio del caos, luego, las puertas metálicas se abrieron y la gente que daba vueltas en el pasillo volvió a arrojarme al infierno.

―Amigo, ¿en serio pensas que puedo aguantar acá más de una semana?

―Si estuvieras solo no aguantarías un día, pero como estás conmigo sé que te vas a quedar.

Pasamos a lo que debería ser el living-comedor y que él había convertido en una biblioteca. Había libros por todos lados, intuí que eran más de los que tenía que leer para su carrera, lo cual no me sorprendió porque entrar a librerías y salir con más de tres libros era uno de sus vicios. En las paredes tenía fotos de diferentes tamaños con sus amigos, con su familia, incluso había dos en las que estaba con su ex.

―¿Las fotos conmigo y Rebeca son más grandes que el resto?

―Sí, el tamaño es proporcional a lo que significan en mi vida.

―¿Más que tu familia, Fran?

―No quiere decir que a mi familia los quiera menos, sino que cada vez que me pasaba algo recurría a ustedes antes que a ellos, crecimos juntos, pasamos muchas cosas, cambiamos mucho y ustedes estuvieron en todas esas transformaciones para mí ―respondió ―si me pasaba algo cuando estábamos lejos miraba sus fotos y pensaba qué me dirían ustedes.

―Casi hacés que me alegre de estar acá.

Se rió y me hizo dejar las cosas en uno de los sillones, al lado de un caniche toy negro que me enteré que existía ese mismo día. Lo último que quería era estar con un animal que me llenara de pulgas y pelos.

―El sillón se hace cama, a la noche lo armamos, lo único es que lo vas a tener que compartir con Artemisa.

―¿Cómo le vas a poner Artemisa a un caniche, Francisco? Y además, ¿de dónde salió?

―En realidad no es mía, es de Sebas, cuando nos separamos le gané la tenencia ―dijo ―o sea, se mudó a un edificio donde no permiten animales.

―Con razón el nombre es ridículo, tiene complejo de superioridad hasta con un perro.

―No seas malo ―respondió y sonrió―. De vez en cuando la viene a ver.

Lo miré, esperaba que me dijera que era un chiste. Era una locura estar compartiendo un sillón con la caniche del ex de mi amigo. Y lo peor de todo era que lo tenía que ver cuando iba a visitarla como si fuera la hija, que por si no era suficiente, era una miniatura con nombre de diosa griega.

―¿De verdad viene a verla a ella?

―Sí...

―Francisco.

―Sí, la viene a ver a ella, pero bueno, a veces pasan cosas y terminamos durmiendo juntos.

―Definí dormir juntos.

―Tebi, ya sabés lo que implica ―dijo ―igual no te preocupes, estoy bien. En serio.

―Te estás acostando con un flaco que te engañó dos veces, muy bien no debés estar ―respondí―. Ahí no ves nuestras fotos para ver qué te diríamos Rebeca o yo.

220; esteban x francisco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora