once

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   El domingo por la mañana recorrí toda mi casa mil veces antes de ir a lo de mis padres. A Fran le daba risa verme tan nervioso y trataba de calmarme en vano preparándome café o contándome anécdotas de su vida que ya conocía de memoria.

―Bebé ―me dijo agarrándome de los hombros cuando mi nivel de ansiedad estaba por llevarme a tener un ataque de pánico ―tu familia es buena gente, lo van a entender.

―¿Y si no lo entienden qué hago?

―Les decís que era una joda.

―Fran, es en serio esto.

―Bueno, perdón ―respondió ―es que pienso que estás sobreanalizando mucho todo y la vida es más simple, si lo entienden genial, sino lo vas a saber solucionar.

―Me encantaría tener tu mentalidad.

―¿Sabés qué podés tener? Mis labios y también mi... ―lo besé antes de que pudiera completar la oración y lo escuché reírse sobre mi boca, una vez que nos separamos, aclaró―: iba a decir mi amor, sos un desubicado.

―¿Por qué no te creo?

―Porque sos un malpensado.

―Con todas las cosas que te escuché decir con esa carita hermosa, creo que tengo razones para ser un malpensado.

―Ay, decime de nuevo que tengo una carita hermosa ―me pidió ―porfa.

―Vamos, me vas a hacer llegar tarde por primera vez y no estoy en condiciones de darle más sorpresas a nadie.

   Cómo llegué a la casa de mis padres fue un misterio porque la manera en la que temblaba me impedía caminar bien. En ese trayecto pensé que hubiera sido más fácil ser infeliz con Rebeca que estar con mi mejor amigo, y al tocar el timbre y ver a mi abuela del otro lado de la puerta me paralicé tanto que Fran me tuvo que empujar dentro de la casa.

   Durante el almuerzo estuve callado y sólo respondía lo que me parecía o sonreía cuando me nombraban sin saber de qué estaban hablando.

―Hijo, ¿te gustaría? ―Me preguntó mi mamá.

―Sí, me encantaría ―sonreí y como Fran me miró confundido, le agarré la mano y dije―: voy a buscar algo arriba, acompañame.

   Subimos y ni bien entramos a la que había sido mi habitación, levanté la madera donde escondía los cigarrillos y saqué uno. Fran me ofreció fuego y se quedó mirándome, como si esperara una explicación.

―¿Qué fue eso, Teb?

―No sé, ¿qué le dije que me encantaría hacer?

―Conocer a la hija de la prima del nuevo almacenero.

―Dios, no puede ser ―exhalé el humo y lo miré ―perdón, no estaba prestando atención, no quiero conocer a nadie.

―Me alegro ―me sacó el cigarrillo y se lo puso en la boca. Pensé en si siempre había sido así de hermoso mientras fumaba―. Amor, o les decís ahora o no les decís nada y empezás a actuar normal. Te va a hacer mal estar tan nervioso y lo peor es que vas a terminar en una cita con la hija de alguien.

―Te prometo que no ―dije ―dejame terminar el cigarrillo y después les decimos.

   Se acercó a mí y me besó. Yo abrí mi boca y dejé que metiera su lengua porque él era así de intenso y ya me estaba acostumbrando, de hecho me gustaba mucho su forma de besar. Nos alejamos sólo al escuchar tres golpes en la puerta y tratamos de regular la respiración al mismo tiempo que entraba Rebeca.

―¿Fuman? ―Preguntó asqueada.

―A veces ―respondió Fran.

―Rebe ―empecé, con ella iba a ser más sencillo ―¿qué pensarías si te dijera que salgo con Fran?

220; esteban x francisco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora