trece

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    La infancia era un lugar al que siempre se llegaba tarde. Eso pensaba cuando veía a Fran dormido a mi lado, o distraído, o prestándole atención a algo ajeno a mí. Ahora entendía y podía poner en palabras ese querer estar cerca suyo que mi versión de niño anhelaba tanto.

   El sábado Francisco me había arrastrado hasta un museo y después de recorrerlo tres veces, me senté a verlo analizar una pintura durante media hora.

―¿Nos vamos? ―Le pregunté cuando se acercó a mí.

―¿Por qué no lo recorremos una vez más?

―No, amor, van a ser las mismas obras de las veces anteriores y ya estoy harto.

―Pero...

―Si nos vamos ahora, te llevo a merendar ―lo interrumpí.

―Bueno, me parece bien.

   Era fácil persuadirlo, solamente tenía que invitarlo a comer, pero de cualquier forma lo notaba raro y me llamaba la atención porque era la persona más comunicativa que conocía, a excepción de toda la situación con Nacho, siempre que le pasaba algo puntual conmigo me lo decía. Verlo tan callado y mirando el celular cada dos minutos era preocupante.

   Había empezado a llover y como a ambos nos gustaban esos días grises, nos sentamos al lado de un ventanal para ver las gotas que caían contra el cristal.

―¿No te parece re loco? ―me preguntó ―cómo el agua altera a la gente, no llueve mucho y sin embargo se los ve desesperados. A nosotros nos pasa lo contrario, nos ralentiza porque no queremos que deje de llover, ¿es triste eso?

―Lo que era triste era pasar toda una tarde abajo de la lluvia y despertarnos al día siguiente con anginas ―respondí ―aunque faltábamos al colegio, así que tampoco estaba tan mal.

―Y nos dejaban vernos porque teníamos la misma enfermedad ―sonrió ―nos bajaba la fiebre al mismo tiempo, ¿te acordás? Cuándo estábamos juntos.

   Asentí, nunca dejaba de parecerme un poco mágica la relación que nos unía.

―¿Por qué estás tan nostálgico?

―Porque estoy nervioso y me refugio en la infancia ―me dijo, llevaba revolviendo el café cinco minutos―. No preguntes por qué, es una sorpresa.

―¿Una sorpresa para mí?

―Sí, y no te voy a decir nada más.

―Bueno, tenía miedo de que te pasara algo malo.

   Apoyó su cabeza en mi hombro y me abrazó. Me gustaba cuando se sentaba al lado mío porque hacía eso, pero prefería tenerlo enfrente porque podía ver sus ojos todo el tiempo. Los ojos de Fran decían mucho sobre cómo se sentía, incluso cuando no lo verbalizaba.

―Contame cuál pensás que fue tu primer recuerdo, Teb.

―No sé, alguno con vos.

―Yo creo que el mío fue la primera vez que fuimos a la playa, que me daba asco tocar la arena y vos me prestaste tus juguetes para que no llorara.

―Y vos supiste enseguida que si hacíamos los castillos con arena húmeda no se iban a derrumbar.

―Toda la vida conectamos así de bien, vos sabés cómo centrar mis emociones y yo acciono.

―Siempre me dió tranquilidad eso, la seguridad de que vos sabés qué hacer en cada situación ―dije ―los días que no hablamos me sentí perdido y me daba miedo vivir.

   Fran se rió y me abrazó más fuerte.

―Bueno, vos también viste lo desbordado emocionalmente que estaba yo.

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⏰ Última actualización: Jun 16 ⏰

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220; esteban x francisco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora