diez

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   Volver a visitar a mi familia no era fácil, sentía que me había ido siendo una persona y volvía siendo otra completamente distinta que no sabía si les agradaría.

   Cuando me mudé pensaba que no iba a durar nada en Capital y decidí no alquilar mi casa, así que esos cuatro días de Semana Santa me iba a quedar ahí, aparentemente con Fran, que ni bien llegamos se puso a acomodar sus cosas. Lo veía moverse con toda su energía mientras yo estaba sentado en un sillón, harto del viaje en micro.

―Ni bien me reciba podemos volver a vivir acá si querés ―dijo ―podría dar clases en nuestro colegio.

―¿Querés volver? Si vos amas las ciudades grandes.

―Sí, pero también amo este pueblo, acá tenemos todos nuestros recuerdos y sé que vos preferís vivir en un lugar mucho más tranquilo, a mí me da igual dónde estemos si estamos juntos.

   Tiré de su brazo para acercarlo a mí y él se sentó sobre mis piernas. Tenía muchas ganas de besarlo y al mismo tiempo me daba miedo lo que pudiera sentir. Empezar a pensarlo a él de esa forma era difícil después de haberlo reprimido tanto, y al mismo tiempo no podía ignorar la forma en la que me miraba los labios y se relamía los suyos.

―Sé lo que hacés ―le advertí.

―No lo estoy ocultando, quiero que hagas algo al respecto ―respondió ―y no es que me quiera comparar pero con Ignacio no dudaste tanto antes de besarlo.

―Porque no me importaba, ¿podemos dejar de hablar de él?

   Algunos días atrás me había juntado con Nacho y le había dicho que no quería verlo más porque quería estar con Francisco, lo cual lejos de tomárselo con calma, decidió insultarme cerca de media hora. Y no contento con eso, lo llamó a Fran para insultarlo también a él. Lo último que quería era recordar que había salido con alguien con tan poca compasión y tan intolerante al rechazo.

―Sí, podemos dejar de hablar de él, pero me duele no haber sido tu primer beso, cuando éramos más chicos me iba a dormir pensando en lo mucho que me gustaría besarte en ese monumento atrás de la escuela donde iban todas las parejas a esconderse de los preceptores.

    Sabía de lo que hablaba porque había ido algunas veces con Jazmín, y me daba ternura que nos imaginara ahí porque era un lugar horrible con las paredes escritas y chicles pegados por todas partes.

―Ya que soñabas tanto, podrías habernos imaginado en algún lugar más bonito.

―No te burles, todo lo que quería era que me llevaras ahí, no a un lugar más bonito.

   Lo empujé un poquito para que se levantara y me puse de pie, busqué las llaves y lo miré.

―Vamos.

―¿Me vas a llevar? ―Preguntó y sonrió tanto que me dió lástima haberme burlado.

   Asentí y salimos. El colegio, como todo lo demás, no quedaba lejos pero Francisco me hacía correr como si de otra manera no fuéramos a llegar nunca. Cuando la escuela apareció en nuestro campo de visión, me arrastró hasta allí aún más rápido. La rodeamos y al llegar al monumento me soltó para agarrarse las manos y mirar el piso.

―¿Te vas a poner tímido, Fran?

―Dejame, ahora me puse nervioso.

   Yo también lo estaba, sobre todo porque Francisco debía tener unas expectativas muy altas conmigo y yo no sabía si podía alcanzarlas, no obstante, intenté mostrarme seguro porque en ese momento era lo que él necesitaba.

   Lo agarré de la cadera y apoyé su espalda en una parte del monumento que no estaba tan sucia, me acerqué a él hasta que quedamos a centímetros y coloqué una de mis manos en su cintura y otra detrás de su cabeza.

―¿Algo así era, no?

―Sí ―susurró, ni siquiera tocaba su pecho y sentía lo fuerte que le latía el corazón ―Tebi, por favor.

   Sonreí y lo miré. Era la última vez que sería únicamente mi mejor amigo, después de que lo besara ya no podríamos volver atrás. Aunque de alguna forma, por más que no lo hiciera, ya era demasiado tarde para retroceder. Sólo quedaba cerrar los ojos y terminar de acortar la distancia que nos separaba. Y lo hice.

   Nunca nos habíamos besado y sin embargo el sentimiento parecía algo que nos había acompañado toda la vida. De repente me sentía muy tonto por haber tenido miedo de llegar a este punto cuando era evidente que mi corazón lo necesitaba. Sentí las manos de Francisco sobre mis mejillas y a los pocos segundos, su lengua sobre la mía. Era complicado ir despacio con alguien tan intenso.
  
―Fran ―lo frené cuando el beso estaba tornándose más salvaje.

―Perdón, gordis, es la emoción.

   Volví a unir nuestros labios y esa vez, Fran dejó que empiece y termine como un beso suave y delicado. Nos besamos durante un rato y luego nos sentamos contra el monumento de tal forma que nuestras rodillas se tocaban. Apoyé mi cabeza en su hombro y él pasó su brazo alrededor de los míos.

―No sé cómo decirle a mi familia ―confesé.

―Podemos esperar si lo necesitás.

―No, es lo mismo, tarde o temprano se van a enterar.

―Pero pueden enterarse cuando vos te sientas más seguro de tus sentimientos ―me dijo ―hablando del tema, ¿cómo te sentiste con el beso?

―Con bronca de conocerte hace tanto y haberte besado recién ahora.

―¿Viste? Yo también te odié por eso ―coincidió ―pero fue súper lindo, no sólo pensaba que eras vos sino que realmente eras vos, me hiciste sentir un montón de cosas en el estómago, ¡Dios! Me convertiste en un adolescente enamorado.

   Se tapó la cara con las manos para esconder que se había puesto rojo y me hizo sonreír, era tan expresivo con las palabras y los gestos que era imposible no conmoverse.

―Es bastante pertinente que te sientas un adolescente en la parte de atrás de la secundaria ―le dije y corrí las manos de su cara para darle un beso corto―. Tenía mucho miedo de que esperaras algo mejor y te decepcionaras.

―Nunca me podrías decepcionar ―respondió y me miró de reojo esperando que le diera el pie para seguir.

―Dale, decilo.

―Bueno, porque vos me lo pedís nomás; nunca me podrías decepcionar excepto cuando estuviste con Ignacio, durante esos días me pareciste un hombre promedio con cero responsabilidad afectiva que no le importaba nada más que...

―Ya entendí, ya entendí ―lo interrumpí, no pensé que iba a arrancar un discurso con tanta fuerza ―amigo, no me lo vas a perdonar nunca.

―¡Si me seguís diciendo 'amigo' no! ―chilló.

―Perdón ―dije y me reí, me gustaba hacerlo enojar ―no te voy a llamar más así, amor.

―Amor me gusta más, de hecho, a partir de ahora no me llames de otra forma.

   Estiré mis piernas y Fran aprovechó para acostarse sobre ellas. Me pidió que le acariciara el pelo y habló de mil temas que no tenían nada que ver el uno con el otro pero que él podía conectarlos sin problema. Recién era jueves y teníamos todo el fin de semana largo por delante para ver a nuestras familias y contarles sobre nosotros. Si lo pensaba mucho me daba vértigo y ganas de esconderme, pero sabía que me querían y suponía que el cariño era suficiente para que me aceptaran. O eso esperaba.

220; esteban x francisco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora