VIII

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Changbin tardó bastante en dejarlos solos

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Changbin tardó bastante en dejarlos solos. Con aire malhumorado, comenzó a enumerar un infinito listado de reglas que debían seguir ahora que convivían con el resto del búnker. El desayuno comenzaba a las siete de la mañana en punto y duraba exactamente treinta minutos. Todas las comidas se servían en un comedor general y estaba prohibido repetir, pues los suministros se racionaban según la cosecha de la sección de producción. Sus horas de trabajo estarían supervisadas siempre por Changbin o, de ser necesario, por algún otro miembro del escuadrón Tau que lo sustituyese. No tenían permitido salir de su cuarto salvo que quisieran ir al comedor y, en tal caso, tendrían que avisar antes a algún miembro de la sección de seguridad.

—El búnker cuenta con un sistema de vigilancia que controla los movimientos de sus habitantes, seguro que ya os habéis dado cuenta —explicó. Minho recordó las pantallas desplegadas por el suelo que registraban sus pisadas y se preguntó si eso tendría algo que ver. Era bastante probable—. Nos enteraremos si salís por vuestra cuenta.

Las instrucciones se amontonaron en la cabeza de Minho como un cúmulo difuso, un torbellino que no comprendía por completo; no porque fuera difícil de entender, sino porque era tan ajeno a todo lo que había conocido antes en su vida que no era capaz de procesarlo. Changbin le lanzaba información al aire y él trataba de procesarlas como podía, sin dejar que su semblante serio lo abrumarse. En vano. A cada segundo que pasaba, con cada regla que soltaba, aquel cuarto se empequeñecía. Se tornaba más y más oscuro, asfixiante, y ni siquiera los dedos de Jisung recorriendo su muslo conseguían distraerlo de aquella pesadumbre.

Existía un complejo entramado de hologramas de seguridad que intervenían en el control del búnker. Changbin se dedicó media hora a explicarles uno por uno la alta tecnología fuera de su comprensión, solo para que Minho llegase a una conclusión tan obvia que no le hacía falta tanta palabrería para entenderla: no estaban a salvo. Puede que les hubieran sacado de la tercera planta, puede que viviesen ahora con el resto del búnker, pero seguían siendo unos intrusos. Encarcelados bajo tierra y muy lejos de su realidad. Incluso si había algo en Minho que les interesaba a los altos mandos, tardarían mucho en convertirse en ciudadanos normales y corrientes. Si es que llegaban a serlo algún día.

—Se os ha otorgado una oportunidad —concluyó Changbin. Las venas en el cuello se le marcaban bajo la piel translúcida—. Queda en vuestras manos no desperdiciarla.

Tampoco es que le importase quedarse en aquel sitio. No llegaba a entender las diferencias entre una zona u otra, pues a fin de cuentas seguían sujetos a las decisiones de los demás. ¿Qué diferencia había entre estar en la segunda o la tercera planta? Ninguna. Así que no le importaba. No quería que le importase. Lo que realmente importaba era salir de allí y volver a su casa. A su vida real. Con sus gatos, su soledad y sus trabajos de clase. En donde la única amenaza fuese el arte y no la terrible ansiedad que lo corroía cada vez que alguien del búnker se dignaba a interesarse en él.

Porque si por él fuera... Si hubiera podido, si aquel poder estuviera en sus manos y tuviera la capacidad de controlarlo, retrocedería en el tiempo para no subirse a aquel tren a altas horas de la noche y no sumergirse en aquel delirio.

GLITCH ┃minsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora