XXI

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Desde que tenía uso de razón, Felix no recordaba otra cosa que no fuera estar a su lado

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Desde que tenía uso de razón, Felix no recordaba otra cosa que no fuera estar a su lado. Eran sus amigos de confianza. Sus hermanos de no sangre, las personas que entenderían sus sentimientos siempre. Incluso en la inocencia de la niñez, no comprendía un mundo en el que no formaran parte de él. Se negaba a pertenecer a un mundo en el que no estuvieran presentes. Cualquier lugar sin ellos carecería de aquello por lo que merecía la pena seguir luchando.

Porque, cuando la soledad impera, lo único que te mantiene vivo es confiar en quien está encarcelado en la misma prisión que la tuya.

Desde la perspectiva de quien contempla los hechos desde la lejanía, en realidad no eran más que niños jugando a ser feliz. Unos niños ignorantes de la verdad que les esperaba, que fantaseaban con las posibilidades que nunca llegarían. Y esa no es más que una felicidad artificial, telón de secretos mucho más sombríos. Una felicidad a la que, en algún momento, le llegará el turno de explotar.

Los tres eran hijos olvidados por sus padres, demasiados ocupados en una investigación de vital importancia por la que valía la pena sacrificar a su familia. No eran más que unos críos correteando por la tercera planta, a la espera del futuro que les estaba acechando. Solo se tenían los unos a los otros. Cualquiera daría su vida a cambio por proteger a los demás, ya que nadie más que ellos se sacrificarían a su costa. Felix daría lo que fuera para que su amistad sobrepasara la realidad del búnker. Estaba convencido de que ellos harían lo mismo. Incluso pondría su vida en juego para asegurarlo.

Un sueño irrealizable. Una quimera de lo más ingenua, pues nadie se salvaba de las garras del resto. De un momento a otro, las responsabilidades caerían sobre sus hombros. La realidad les golpearía de lleno y el daño sería inconmensurable. El vínculo que los unía se resquebrajaría y se transformaría en polvo chamuscado. Para eso habían nacido. Para eso los habían criado allí, en la tercera planta.

Pero, por unos instantes, podían soñar con algo más.

—Es una promesa —dijo.

A través de sus meñiques entrelazados, la calidez le hizo cosquillas en el estómago. No fue capaz de contener la sonrisa que se le perfilaba en el rostro, así que se conformó con morderse el labio inferior para evitar proferir un alarido de felicidad. Aun así, le contagió la misma sonrisa a los otros dos. La de Changbin era exuberante. La de Chan, comedida y avergonzada.

Las luces del techo parpadeaban, lo que confería un aura somnolienta a la sala de creación. Hacía pocas semanas que habían encontrado el almacén olvidado de la sección de medicina y, desde entonces, la habían estado utilizando como punto de encuentro. Se situaba en un rincón olvidado de la segunda planta, cerca de los dormitorios, por lo que era sencillo pasearse por los pasillos sin encontrarse a nadie merodeando por la zona. Tan solo tenían que despistar a la seguridad de la tercera planta para escapar a su nuevo lugar preferido.

Además, a Felix le encantaba pasar el tiempo rodeado de lienzos en blanco, a pesar de todo lo que le habían obligado a hacer frente a ellos. Era un recordatorio de que las posibilidades seguían a su alcance. El lugar perfecto para explorarse a sí mismo.

GLITCH ┃minsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora