—Un reino próspero y bello para vivir—
Fueron las palabras que Luna, una linda niña de 14 años, decía al pasear por los pasillos del castillo. Frey el padre de aquella niña a muy temprana edad hizo que tanto ella como su hermano tuvieran una educación de primera, todos los adoraban, su desempeño en todas las materias eran excepcionales. El rey era consciente y su orgullo era notorio, depositó toda su confianza en que cuando llegara el momento la llave espejo estaría en buenas manos sea quien sea el elegido. Tanto los hermanos Noah y Luna sabían esa responsabilidad, cargar con la próxima generación no sería una tarea sencilla pero a su vez esa búsqueda de perfección los mantenía muy distantes al punto de no poder verse. Y un día, mientras el rey charlaba con nobles importantes uno de sus caballeros se le acercó
—Un pescador trajo al hijo de Airi a nuestras puertas.—
La noticia tomó por sorpresa a Frey quien rápidamente convocó una reunión de portadores pues aprovecho que aún se encontraban descansando de su última batalla en su castillo.
En la sala principal, se notaba mucha curiosidad entre los portadores, hasta que los caballeros hicieron que el niño entrara. El rey al verlo se notó sorprendido, estaba sucio y tenía sus manos amarradas con sogas gruesas. Los demás, miraron el parecido que tenía con Airi pero también, notaron como ahora era el poseedor de la llave de su madre lo cual preocupados murmuraron entre ellos. Zeta lo noto y lejos de pensar en los demás como sus compañeros sintió un enorme desagrado, estar parado frente a los que abandonaron a su madre era simplemente
—Muchacho, me gustaría darte estos guantes— dijo un anciano ciego sacando unos guantes grandes de entre sus ropajes, este se presenta como Markus el portador de la llave sobrenatural.
Frey le indica a sus caballeros que corten la soga de sus manos y dejen que el niño tome los guantes, estos obedecen y liberan sus manos, el niño toma los guantes con desconfianza y se los coloca notando lo grandes que aún estaban.
—Lamento mucho lo de Airi.— dijo el anciano con un rostro de tristeza
Zeta lo miró con molestia, no necesitaba la lastima de nadie, mucho menos comprar su perdón con un regalo, este ni por todas las cosas que le regalen no pensaba ni por un segundo perdonarlos, estaba solo en esta vida y nada lo haría cambiar de opinión.
En eso la voz de una criada los interrumpe
—¡Señorita! No entre ahí por favor, su padre está—
Una joven niña de pelo largo color celeste hace su aparición abriendo las puertas de par en par para ver a todos los presentes en aquella sala.
—¡Al fin! ¡Un nuevo amigo para jugar!— dice la pequeña corriendo de alegría hacia él y abrazándolo frente a todos.
El niño asustado rápidamente aleja sus manos de ella para no tocarla pero recuerda tener puestos los guantes que le obsequiaron, aun así mira a los demás y ve el pánico en sus rostros por la acción inesperada de esa niña.
—¡Princesa!— exclamó la sirvienta separando a ambos niños.
—¿Te encuentras bien hija?— dijo Frey acercándose a la pequeña
—Estoy bien papá ¿Hice algo malo?— respondió la niña inocentemente
La reunión finalizó tras ello y Zeta fue escoltado a una recámara muy alejada del castillo, él al entrar quedó impresionado de la comodidad de una cama y el calor de una chimenea. Y esa misma noche, un criado le trajo la cena.
—¿Por qué la princesa me llamó nuevo amigo?— preguntó Zeta sentado al borde de la cama
—La princesa es una señorita muy enfocada en sus estudios, solo tiene la compañía de su hermano pero este últimamente no la ve, ella pensó que al traerte aquí tu serias...—
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La Gran Defensa
Fantasy❝ Todo lo que se contará a continuación es una reinterpretación de la historia que cree en mi adolescencia, tómenlo como el nuevo canon.❞