Capítulo 16✿

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Aquél hermosísimo joven de brillante cabello castaño oscuro había enrojecido un poco, percibió. Además, sus manos temblaban ligeramente cuando ordenó unos papeles de la mesa. ¿Sería aquél el hombre del que se había enamorado su hijo? Podía entender por qué. Su rostro ceñudo se tornó en una deslumbrante sonrisa sólo comparable a la de su hijo.

-Incluso aunque estés terriblemente ocupado, eso no es motivo para que seas
grosero -riñó a Cellbit-. Pero si realmente no quieres que te saque a comer, a lo mejor a Roier le gustaría tomarse un té conmigo y charlar un rato.

Como un perro policía percibiendo el olor de un criminal, Cellbit elevó las cejas con sospecha:

-A ver, ¿por qué querrías charlar um rato con mi secretario? -preguntó irritado.

¿Qué podrías tener en común con él?, Roier terminó la frase de Cellbit en su
cabeza. Aquello fue demasiado para él, aquella nota de insultante desdén en su voz. Soltando furiosamente sobre la mesa los papeles que había ordenado con tanto cuidado, se volvió hacia Cellbit con los ojos echando chispas:

-¿Te sale natural lo de menospreciar a las personas que te rodean, o tomaste clases? Mira, para que te quede así clarito, señor Souza, llevo toda la mañana aguantando tu mal humor y tu mala educación, ¡y no voy a soportarlo ni un minuto más! ¡A ver cómo te las apañas si me tomo la tarde libre!

—Espera un minuto, ven. Yo...

Roier advirtió la ira en su voz y, agarrando su bolso, se encaminó hacia la
puerta todo lo rápidamente que le permitieron las piernas. Lo oyó correr detrás de él y, sin saber muy bien adonde iba, abrió una puerta y se deslizó tras ella, echando el pestillo. Buscó a tientas el interruptor de la luz, y al pulsarlo observó que estaba en el almacén del material de papelería.

— ¡Roier!

Al otro lado, Cellbit golpeaba la puerta y accionaba el picaporte.

-¿Se puede saber a qué diablos estás jugando?

-¡Vete a la verga! No quiero hablar contigo. ¡Tendrás mi dimisión en tu mesa por la mañana!

En el silencio que siguió a sus palabras, lo único que oía eran los golpes de su
corazón. Una lágrima resbaló por su mejilla, y se la retiró bruscamente. ¡No permitiría que lo tratara como si fuera un subalterno imbécil! Aquél había sido un truco de Natalan, y por nada del mundo iba a dejar que Cellbit lo repitiera.

-Me voy a Nueva York por la mañana, ¿recuerdas? -le dijo con voz grave, teñida
de frustración.

-Pues muy bien -le cortó Roier--. ¡Espero que te quedes allí y que no vuelvas
nunca!

-No lo dices en serio -contestó Cellbit, accionando el picaporte una vez más-.
Déjame entrar y hablar contigo.

-No quiero hablar contigo. No tenemos nada más que decirnos.

-¡Tenemos mucho que decirnos! Abre la puerta, Roier, y déjame entrar. ¡Por
favor!

Colocándose el bolso sobre el hombro con firmeza, rodeó la llave con sus dedos:

-Voy a abrir la puerta, pero no pienso hablar contigo. De hecho, me voy a ir
directo a casa.

En cuanto abrió la puerta, Roier se encontró metido de nuevo en la pequeña
habitación, con Cellbit observándolo y cerrando la puerta de un puntapié. La
masculinidad de Cellbit dominaba todos sus sentidos, y, bajo la luz naranja de la
habitación, podía ver su cara severa e implacable.

-¿Qué... qué crees que estás haciendo?

-No me voy a mover de aquí hasta que hables conmigo.

-Tu madre está esperando en el despacho. Vuelve con ella. Yo iré a dar un paseo y volveré en una hora. Realmente no quiero dimitir. Sabes que necesito este trabajo, y...

En la cama con su jefe - GuapoduoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora