Capítulo 2✿

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Ahora sí que había logrado sorprenderlo. Cellbit estudió sus rasgos con renovado
interés, deteniéndose momentáneamente en aquella boca tan sexy de labios llenos.
Cellbit dejó la taza de café en la mesa y se acomodó un poco más en el asiento.

-Está pasando conmigo unos días porque no se sentía muy bien de salud.

Roier había dudado si contarle la verdad: que su padre estaba viviendo en su casa para cuidar de Pepito, su hijo, que había estado muy enfermo últimamente. Se le
ponía un nudo en el estómago con sólo imaginar perderlo, pero en los últimos tiempos, con Quackity más tiempo fuera de la oficina que dentro de ella, no podía ausentarse del trabajo.

Y menos ahora, con el jefe supremo pegado a sus talones y buscando la más mínima razón para echarlo. Roier no quería que creyera, como hacen muchos jefes, que por el hecho de tener una hijo iba a ser una informal o a dedicarse
menos al trabajo.

La verdad era que, precisamente por tener esa responsabilidad, él era más formal y se dedicaba más a su trabajo.
Lo invadió un sentimiento de frustración. Aquel hombre le hacía sentir como un interesante objeto contemplado por microscopio.

¡Ojalá se marchara! ¿Por qué se quedaba en aquel despacho, cuando estaría muchísimo mejor en la sala VIP de la planta de arriba? ¿Estaba tratando de recabar datos para echar al pobre Quackity?

-De veras que lo siento, pero si cree que voy a ser indulgente con usted porque
tiene problemas en casa, me temo que voy a decepcionarlo, señor Roier.

¿Iba a despedirlo? La rabia se apoderó de él sólo con pensar en esa posibilidad.
¡No era justo! Desde que empezó a trabajar, nunca se había tomado un día libre, y muchos días se quedaba en la oficina hasta las seis o seis y media.

¡Perra suerte haberse quedado dormido un solo instante y que en ese preciso momento apareciera él!

Roier recordó que había trabajado incluso algunos sábados, acompañando a Quackity a reuniones y tomando notas, pero ¿qué podía saber el señor
«Me-creo-muy-importante» de todo eso? No; él, desde el primer vistazo, se había
fijado en lo peor de él. Bueno, ¡él no iba a darse por vencido sin luchar antes!

-¿Me está amenazando, señor Souza?

-Lo encontré dormido sobre su escritorio, señor Roier. Para mí, eso es
objeto de despido.

Roier contempló la mandíbula cuadrada, las facciones bien marcadas. En ese
instante lo hubiera golpeado hasta derribarlo de la silla.

-¿A usted el concepto de «inocente hasta que se demuestre lo contrario» le dice
algo? - Temblaba de tal manera que las palabras le salían con dificultad.

Cellbit se inclinó hacia adelante y dejó el montón de papeles sobre el escritorio
de Roier. Luego se echó de nuevo hacia atrás y enlazó las manos detrás de la cabeza, divertido.

-¿Qué hay que demostrar? No me cabe la menor duda de que usted estaba dormido cuando entré en la habitación. Desgraciadamente para usted, en la última revisión me aseguraron que mi vista estaba en inmejorables condiciones.

-Existe una buena razón por la que me quedé dormido ¡y sólo fueron cinco minutos!

Cellbit se quedó embobado: al tomar aire, la camisa de aquél hombre se había tensado tanto que parecía que los botones fueran a saltar en cualquier momento.

Quería pedirle que tuviera piedad de él: con un acto tan simple como inspirar, había logrado anular su profesionalidad y hacerlo arder de deseo. Volvió a posar la mirada sobre aquel rostro iluminado por unos oscuros ojos cafés. No tenía ninguna intención de despedirlo, pero quería jugar un poco al ratón y al gato.

En la cama con su jefe - GuapoduoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora