4. Jace.

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Mi corazón latía con fuerza mientras mis ojos repasaban cada detalle de Athena. Su calma contrastaba con el caos que reinaba a su alrededor; nunca pensé que un humano pudiera tener dentro tanta valentía.

Una energía desconocida recorría mi cuerpo; cada fibra de mi ser vibraba con una intensidad que nunca antes había experimentado, como si estuviera conectado de alguna manera con ella. Pero no podía permitirme el lujo de quedarme absorto en esa sensación. Mi llegada había despertado a demasiados ángeles, y sabía que no podía permitir que se acercaran a ella.

 Los ángeles, esos seres que el mundo consideraba protectores, no eran más que criaturas malignas, corrompidas por la ira de un dios al que servían ciegamente. Los humanos no son capaces de distinguir lo angelical de lo demoníaco, lo que los hace aún más fáciles de cazar.

Recordaba las palabras de mi padre, la decepción reflejada en sus ojos cuando descubrió que había decidido proteger a un humano en lugar de cumplir con mi deber de destruirlos a todos. Pero yo no podía actuar como ellos, no podía condenar a alguien sin motivo. Y sinceramente lo volvería a hacer pese a las consecuencias. Me negaba a seguir las órdenes de alguien solo por validación, no caería tan bajo. Sin embargo, Marcus seguía pensando que no sería tan idiota como para seguir mis propios ideales. Siempre ha sido el favorito de papá, nunca le ha desobedecido, ni se ha cuestionado el porqué de las cosas.

Mi atención volvió hasta Athena, que se movía en sueños. Decidí llevarla de vuelta a la biblioteca y, de paso, utilizar mis habilidades mágicas para restaurar el lugar a su estado original. Alguna ventaja tenía que tener el ser un demonio. Lo último que quería era que se formara aún más caos y que los propios humanos comenzaran a pensar que algo andaba mal. Quería que ella creyera que todo había sido un sueño, una ilusión creada por su mente para protegerla del peligro que la rodeaba. No me arriesgaría a que pusieran una mano encima de ella. Con cautela, me acerqué a ella mientras yacía dormida en mi viejo sillón. Observé sus rasgos delicados, sintiendo una extraña sensación de protección. 

Con un suave movimiento, la recogí en mis brazos, sintiendo su calor irradiando a través de su cuerpo.

Extendí mis alas, sintiendo el cosquilleo familiar de la energía curativa recorriendo cada pluma. Con un suave aleteo, nos elevamos en el aire, ascendiendo por encima del suelo del bosque. Sentí una oleada de alivio al darme cuenta de que mis alas estaban prácticamente curadas, una habilidad que compartía con los ángeles, aunque nuestra naturaleza fuera distinta.El viento susurraba a nuestro alrededor mientras volábamos hacia la biblioteca, el latido de mi corazón resonando en mis oídos. Mantuve un ojo vigilante en el cielo, alerta ante cualquier indicio de la presencia de ángeles que pudieran detectar nuestra cercanía. Athena parecía tranquila en mis brazos, ajena al peligro que nos rodeaba. Me esforcé por mantenerla segura, asegurándome de que nada la perturbara en su sueño. Con cada batido de mis alas, nos acercábamos a la biblioteca. 

Con un suave aterrizaje, nos posé en el suelo del patio trasero, sintiendo el cansancio comenzando a pesar en mis músculos. Con cuidado, llevé a Athena al interior, depositándola con suavidad en uno de los sillones de la sala de lectura. Miré a mi alrededor, asegurándome de que estábamos solos antes de comenzar a desvanecer las señales de nuestro paso, restaurando la biblioteca a su estado original. Una vez hecho, me acerqué a ella y le colgué un colgante alrededor del cuello, asegurándome de que estuviera seguro y bien sujeto. Contenía una planta que confundiría el olfato de los ángeles, manteniéndolos alejados de ella. Sabía que Athena tenía mi esencia; su tiempo a mi lado había dejado una marca demoníaca en ella. Esperaba que con el tiempo, la esencia se evaporara. Con un suspiro, me incliné sobre ella, sintiendo una punzada de preocupación por su seguridad.

Antes de irme, me aseguré de dejar un mensaje en su móvil para su tía, garantizando que creería que simplemente se había quedado dormida mientras estudiaba. La había llamado unas quince veces, debería estar sumamente preocupada. Como si la hubiera invocado en ese mismo instante, unas luces que provenían de los faros de un coche se colaban por la vidriera de la puerta.

Con un último vistazo, me alejé silenciosamente, desapareciendo en las sombras de la noche. Esperaba que eso fuera suficiente para mantenerla a salvo, al menos por un tiempo.

JaceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora