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—Toby

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—Toby.

Nicholas saboreó el nombre en sus labios. Le supo dulce y suave al principio. Aquello era un alma pura en su máximo esplendor. Reconocía que se trataba de un humano. Nunca había contactado con ellos antes. Ni sentido sus anhelos. Sin embargo, conocía otros seres mágicos. Era incorrecto sentir al chico como a un ser celestial. La esencia de Toby era igual a la de un ángel. Un ángel desprotegido, con las alas rotas, tendido en el suelo y clamando por ayuda. ¿Cómo aquello era posible?

El alfa se removió en la cama; invadido por otra clase de sensaciones. Esta vez, profundizó en los vestigios de aquella conexión que recién abandonaba. La misma alma que antes borboteaba ternura, idéntico a un pastelito de crema, ahora, salpicaba tintes afrodisiacos en la punta de su lengua. Fue corto el tiempo que alucinó, pero, con lo poco que memorizó del omega, bastaba para que su corazón se alterara.

«Hazme fértil»

Nicholas soltó un gruñido, al sentir su erección apretarse dentro de sus calzoncillos.

Ese desvergonzado rubio, quizás no pensó lo indecente que sonaba su deseo. De todos modos, Santa lo recibió, e iba resolverlo pronto.

Se incorporó de la cama. Aún con las piernas temblorosas, abandonó la habitación. Jazmín, guiada por su instinto de supervivencia, retrocedió hasta que su espalda chocó contra la pared. ¿A dónde iba Nicholas en esas fachas? ¿A caso había enloquecido? Tenía que averiguarlo cuanto antes, mas, no iba entrar al elevador con él. Eso supondría un peligro para ella. Se mantuvo paralizada en la oscuridad, rezando para que el joven amo no fuera a ocasionarles un problema mayor.

Nicholas llegó al piso principal sin dilación. Las puertas se abrieron mostrándole un mundo nuevo, lleno de color y vida. No le sorprendía; más, llevaba tantos años resguardado en las sombras, que la abundancia de luces lo dejó patidifuso. Luego de un rato, se adaptó al fulgor del pasillo y avanzó sin pudor alguno. No se cruzó con nadie; fue libre de andar desnudo. Y sinceramente, no le importaba si alguien aparecía. Nunca fue pudoroso, y hoy menos, que tenía una imperiosa misión para excusarse.

A pesar de no visitar las instalaciones de la empresa con frecuencia, supo que no hicieron cambios significativos en su estructura, e internamente agradeció por eso. Se orientó con facilidad y condujo al recibidor. También lo encontró vacío; vio el reloj gigante colgando del techo, y supuso que todos los elfos estaban cenando. Echó un vistazo a su alrededor, y entre los adornos pomposos, halló una puerta doble bordeada por guirnaldas. Daba entrada al despacho de su padre; cualquier información necesaria era registrada ahí. Se adentró al sitio con prisa, sin detenerse a cerrar la puerta siquiera. El espacio era reducido y en forma de circunferencia. Bien amoblado; con estanterías repletas de libros, tan altas que tapaban las paredes; un tresillo, de colchones color vino; un escritorio de roble, y detrás de este; una silla tan grande que podía tomarse como un trono. «El trono de mi padre» pensó.

𝑸𝒖𝒆𝒓𝒊𝒅𝒐 𝑺𝒂𝒏𝒕𝒂 © 🔭Donde viven las historias. Descúbrelo ahora