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Toby se encontraba hundido en la nieve

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Toby se encontraba hundido en la nieve. Sus brazos dolían ante la furia del viento. Los copos eran afilados como dagas y le cortaban la piel. Abrazó su cuerpo, intimidado por la altura de los pinos sembrados en fila delante suyo. Presenció el sol en la lejanía. En invierno no hacía demasiada diferencia. Los días parecían el mismo bajo esa tonalidad grisácea. Suspiró, y una nube de vaho abandonó sus labios resecos.

Presentía que permaneció en ese estado durante una vida entera; sin saber salvarse y abatido por su miseria. Apretó los ojos, se llevó las manos a la sien y presionó sus dedos con fuerza. Luchaba por pensar en soluciones. Se esforzaba por mantener la esperanza.

Un ladrido interrumpió su quebranto.

Con el dorso de la mano secó su mirada empañada y enfocó a la criatura. Era un lobo ártico.

El pelaje blanquecino potenciaba su camuflaje. Pasaría desapercibido de no ser por sus feroces ojos azules. Mostraba sus dientes afilados y ladraba; enervado por la vulnerabilidad del hombre.

Toby permaneció pasmado. Además de haberse atascado en la nieve, sería el almuerzo del animal. Su mala suerte era demasiada. El lobo continuó amedrentándolo. Hizo todo por salir, pero la nieve no cedió con facilidad. En cantidad se volvía un tempano de hielo. Torció las piernas para evitar que sus articulaciones se adormecieran. Impulsó sus pies hacia fuera. Arriba. Arriba. Descanso. Arriba. Arriba. Descanso. Tomaba aire y volvía intentarlo. Su pecho saltaba sin control. Suplicaba por aire. El lobo no tuvo compasión. Y de la presión ejercida sobre su víctima, surtió un buen efecto. Por fin pudo sacar una pierna.

Sintió que la tormenta se detenía.

Fue librado del mal, pero se avecinaban peores cosas.

Un crujido activó su alarma. El área se removió. Los pinos sacudiéndose y aves volando lejos de la seguridad de su nido. El lobo dio vuelta, sin inmutarse por la condición del hombre. Toby vio por encima del hombro el panorama. Un pedazo de rascacielos se había quebrado, y ahora descendía por la colina a velocidad máxima y forjaba una avalancha a su paso. No se dejó congelar por el impacto; al contrario, hizo del pánico un mayor incentivo. Se tumbó bocabajo y de un tirón abandonó aquella trampa.

Huyó a grandes zancadas, siempre cuidando de no clavar los pies tan profundo. La nieve se aglomeraba igual que una ola asesina. El caos le pisaba los talones y él no hizo más que correr. Gracias a la Diosa Luna atravesó el bosque en un santiamén. Los árboles amortiguaron la caída de la nieve, y aunque logró derrumbar algunos de raíz, por suerte, no alcanzó a lastimarlo a él.

Toby marcó distancia con el incidente. Las plantas de sus pies ardían. Parado a la orilla del lago fue presa del miedo por segunda vez. Temía que el hielo no soportara su peso. Un movimiento en falso, significaría una grieta en esa pista de patinaje, y una muerte segura en manos de la hipotermia. Cabizbajo, intentó controlarse. Su andar era descoordinado. Las rodillas se le ensanchaban por culpa del resbaladizo suelo. Diamantes azules y una viscosa sustancia carmín colgaban de los vellos de sus piernas.

𝑸𝒖𝒆𝒓𝒊𝒅𝒐 𝑺𝒂𝒏𝒕𝒂 © 🔭Donde viven las historias. Descúbrelo ahora