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- oh vamos, porque no?- me mira fijamente detrás del vidrio de la ventanilla, con ojos suplicantes y sus dos manos juntas suplicando, su ya conocída voz ahora un poco ronca.

"Francis, estoy trabajando," susurré con desgana sin inclinar la cabeza para mirarlo, sabiendo que si lo hacía, no podría negarme a su petición.

Sus ojos imploraban su entrada a mi despacho, y aunque no lo sabía con certeza, podía intuir sus intenciones. No se trataba de una simple conversación. Su rostro rojizo y su expresión nerviosa revelaban su ansiedad por que aceptara.

Cuando me di cuenta de que no conseguía convencerme, una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios. Su cuerpo se acercó al cristal de la ventanilla.

"Cariño, por favor, ¿podría entrar?" pidió entre susficientes, su camiseta se le abría un poco al tirar del cuello, y sus pechos subían y bajaban.

Su mirada me atravesaba, y yo me atraganté con la saliva.

"Bien, puedes entrar", dije, desactivando el alarma de mi pequeña oficina.

Francis sonrió, se rectificó y entró rápidamente, cerrando la puerta detrás de él.

Me quedé sentada en mi silla mientras él se colocó frente a mí. Sus mejillas eran rojas, y sus respiraciones eran un susurro de aguantar. Pero eso no fue lo primero que me llamó la atención.

si no el bulto que sobresale de su pantalón.

Este hombre es un desvergonzado, bueno, un desvergonzado lindo.

Me acomodé en la silla para quedar frente a él y me crucé de brazos.

"¿En qué quieres que te ayude?"

Francis gruñó, con movimientos rápidos bajó la cortina tapando la ventanilla, dándonos privacidad.

Su mano bajó hasta su botón, desabrochándolo, y luego bajó la cremallera, terminando por bajar sus pantalones. Su miembro saltó hacia arriba, erecto.

Su mano rodeó su longitud y comenzó a frotarla mientras jadeaba con dificultad por la necesidad que no estaba siendo atendida.

El sombrero blanco cayó al suelo después de que peinara su cabello hacia atrás con su otra mano mientras seguía su masaje, todo enfrente de mí.

Dio un paso más y tomó mi brazo, colocándolo en su erección. Mi cuerpo se erizó al sentir la sensación y puso la suya sobre mi mano, guiando los movimientos de arriba a abajo.

-Ayúdame a terminar - Se agachó, capturando mis labios con los suyos, su mano tomando mi barbilla.

Su piel ardía al tacto, enviando escalofríos por todo mi cuerpo. El vaivén de su cadera aceleraba la fricción, su espalda ligeramente arqueada, ojos entrecerrados y mordiendo mi labio.

Un sonido pegajoso adornaba la habitación, me peinaba el cabello hacia atrás mientras sus caderas se movían con más fuerza, sin dejar de mirarme con intensidad. Sus dedos se enterraban en mi barbilla obligada a verlo dejando marcas de deseo en mi piel.

Puedo sentir el calor de su cuerpo, la respiración entrecortada y el latido acelerado de su corazón.

La tensión crecía con cada movimiento, su cuerpo a punto de estallar en un clímax de placer. Sus gemidos se mezclaban en la habitación formando una sinfonía de su voz ronca llena de  pasión que llenaba el aire. Cada caricia, cada beso, cada roce era como un rayo de electricidad recorriendo su cuerpo.

En ese momento, el mundo se desvaneció y sólo existíamos nosotros, perdidos en la intensidad del momento.

Antes de continuar, hice un movimiento y solté su pene, me levanté de la silla Francis solo emitió un suspiro y sus ojos me seguían,me di la vuelta.

Mi rostro se tornó rojo al darme cuenta de que me había dejado llevar por él.

Bien, mi trasero quedó frente a él. estaba algo avergonzada pero en cuestión de tiempo sentí cómo su mano subía mi falda hasta descubrir mi trasero, dejando mis medias y ropa interior al aire.

No se molestó en quitarlos, solo apartó lentamente la ligera tela de mi braga a un lado.

Con su pulgar comenzó a tocarme suavemente, jugando con mi clítoris.

Sus calientes manos llegaron hasta  mi trasero, apretándolo y bajando a besarlo y morderlo.

Mis jadeos se convirtieron en gemidos mientras el seguía tocándome ahí. Sus
dedos comenzaron a frotar de forma deliciosa...

Mi cuerpo dio un brinco ante la sensación. Lo estaba sintiendo más de lo norma, mordí mi labio un poco ansiosa. Mi mano llegó hasta la de él, tocándolo.

"Mételo ya", gemí suavemente en un tono bajo, sin creer que Francis me había escuchado.

Pero no pasaron ni 10 segundos cuando la punta de su pene estaba queriendo entrar. Pensé que iba a jugar como siempre lo hace, pero esta vez me la metió de una sola vez, siempre siendo cuidadoso.

Sus manos viajaron desde mi cintura hasta mis senos, acunándolos bajo mi blusa y apretándolos sin lastimarme.

Sin salir de mí ni moverse, sentía su miembro dentro hasta que se animó a salir y volver a hundirse en mi profundidad. Sus embestidas eran lentas pero firmes.

Ambos gemíamos en voz baja, debido al lugar en el que estábamos. Mi mano cubría mi boca, tapando cualquier sonido que pudiera escapar.

Sus caderas chocaban contra mi trasero mientras sus manos ahora agarraban mi cintura. Sus dedos se clavaban en mi piel. Luego de estar sosteniéndome en la silla, ahora intentaba no perder el equilibrio agarrándome del escritorio, el cual comenzaba a temblar por los movimientos.

Nuestros cuerpos se unían, olvidando todo lo demás.

Luego de un tiempo, Francis comenzó a jadear más de lo normal y aceleró las embestidas hasta que estaba a punto de correrse dentro del condón.

Sacó su miembro, llenando de semen mi coño y trasero.

Volteo a ver mi escritorio hasta dar con la caja de pañuelos, estiró su brazo y alcanzó uno para limpiar su 'desastre', pasándolo en mi piel.

-Podemos seguir, en mi casa...- sus manos rodean mi cintura, sin querer despegarse de mí.

-Después de tu turno seguiremos cariño-, su voz era baja casi como un susurro.

𝑩𝑨𝑱𝑶 𝑬𝑺𝑻𝑹É𝑺 ᵐⁱˡᵏᵐᵃⁿDonde viven las historias. Descúbrelo ahora