Capítulo 4: El desconocido.

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Mis primeros recuerdos, aunque no muy precisos, están relacionados con Atalaya. Todo era oscuro y tenía pocos amigos. Tenía alrededor de 5 años cuando fui adoptado por primera vez. De mis padres biológicos, solo sabía que querían que me llamaran Hugo. Según las monjas del hospicio, alguien llamó a la puerta y me dejaron allí en un pequeño cesto de picnic. Nunca quise saber más de ellos, pues me preguntaba qué tipo de padres abandonan a un bebé en un lugar como ese. 

La primera familia que me adoptó consistía en dos padres y dos niños. Dijeron que querían adoptar porque deseaban ampliar su familia, pero otro bebé biológico podría poner en peligro la vida de mi madre adoptiva. Al principio me llevaba bien con mis hermanos, pero cuando ellos tenían 12 años y yo 7, comenzaron a tratarme mal. Me acusaron de cosas como pegarles, intentar incendiar la casa o robar. Yo pensaba que mis padres me creerían, pero no fue así, y terminé de nuevo en el hospicio. 

Mi segunda familia fue aún peor. Tenía ya 10 años y estaba emocionado por esta nueva etapa, pero nada salió como esperaba. Mis padres me exigían mucho porque era su único hijo. Si no sacaba un 10 en la escuela, me pegaban, y a veces me refugiaba en la biblioteca del colegio llorando para evitar volver a casa. Tampoco podía escapar, ya que cada vez que alguien de servicios sociales venía, simulábamos ser una familia feliz. Cuando cumplí 14 años, cansado de soportar los abusos, decidí marcharme de casa. 

Pensé que mi vida sería más fácil, pero no lo fue. Tuve que esconderme en un cobertizo para dormir por las noches y conseguir un trabajo para poder comer. Un día, los dueños del cobertizo me encontraron durmiendo, pero en lugar de echarme, me preguntaron mi nombre y me dieron de comer. Estuve con ellos hasta los 18 años, cuando decidí vivir por mi cuenta, aunque seguía visitándolos cada fin de semana. 

Mi casa era pequeña pero tenía todo lo necesario en una habitación. Además, tenía un trabajo estable como mecánico, lo que me permitía conocer a todos los vecinos del pueblo. 

El otro día, mientras cenaba tranquilamente en casa, escuché un gran estruendo en el otro lado del pueblo. Salí para averiguar qué había sucedido, y fue la peor decisión que jamás tomé. Solo tuve unos 5 minutos para presenciar lo que estaba ocurriendo; la gente se estaba matando sin una razón aparente. Después de esos 5 minutos, intenté acercarme para ayudar, pero me quedé paralizado y mi vista se nubló. 

No recordaba nada a partir de ese momento. 

Pero en este punto, la situación era diferente. Comencé a escuchar a personas hablar a toda velocidad y un pitido constante que, cuanto más sonaba, más me ayudaba a recordar todas mis memorias. 

3, 2, 1. 

Desperté. 

Recuperé la respiración. Había muchas personas a mi alrededor y parecía que estaba en un hospital. Pensé que estaba a punto de morir. Luego me llevaron a una amplia habitación donde se acercaron dos personas. 

¿Puedo confiar en ti?Where stories live. Discover now