Capítulo XII

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Ya había pasado una semana desde que Blake descubrió su rostro ante su pequeña rehén de ojos azules, y Lexie quedó colgada en la indiferencia y el peligro de su secuestrador de ojos esmeralda y alma oscura.

Una semana dónde, Blake, no se había dignado a dirigirle la palabra ni una sola vez.

Sus días se resumieron a una Lexie buscando con ansias el calor enfriado de su secuestrador, mientras que él evitaba a toda costa un contacto visual con su rehén. No quería verla, y muchísimo menos, entablar una conversación con ella.

Realmente, estaba confusa. No entendía su comportamiento, ni mucho menos los motivos que lo habían llevado a tanta indiferencia e ignorancia con ella. Sin embargo, Blake, estaba igual.

Su mente era un completo caos desde aquella noche estrellada donde con miedo y en silencio, ambos se confesaron cosas con la mirada que jamás serían capaces de pronunciar en voz alta. Una noche donde, sin ninguno de los dos ser consciente, se confesaron amor eterno de la forma más cruel y dolorosa posible.

Blake sabía que nada podría salir bien de una conexión entre un secuestrador y su rehén, dónde todo está prohibido y nada tiene sentido ni cordialidad. A fin de cuentas, estaban destinados a ser eso. Un secuestrador cruel y una rehén ingenua.

Y realmente, eso eran ellos. Sin embargo, muy en el fondo de su corazón negro y encogido, un pequeño rayo lumínico amenazaba con cambiar su destino sin dejarle opción a nada, ni siquiera de frenar lo que en él mismo comenzaba a florecer despacio y sin frenos.

Un pequeño rayo del que él era consciente, y del que tenía claro que sería la causa de su perdición en un futuro, posiblemente no muy lejano. Sabía que si algo surgía de ese pequeño amor, sería eso mismo lo que lo acabaría matando de una forma u otra, dejándolo indefenso y expuesto a todo el dolor que un ser humano no sería capaz de soportar.

Sin embargo, lo que más le aterraba a él, era saber que llegados a ese punto, quizá no le importaba tanto acabar muerto y sin aliento si eso le otorgaba la oportunidad de poseer a su pequeño ángel durante un tiempo, hasta que el corazón dijera basta y no pudiera más.

Sí, por primera vez en su vida, Blake tenía miedo. Miedo de él. De su rehén.

[...]

Lexie se cruzó de brazos sobre su cama, sentándose en ella al caer presa del aburrimiento. Llevaba dos días fingiendo estar enferma para captar la atención de Blake y tratar de entablar una conversación con él, y de momento, no había funcionado.

El capo de la red trataba de no visitarla mucho, siempre aprovechando los momentos donde estaba dormida y no podía intentar hacer nada con él. Tenía a hombres de confianza a su cargo, y ordenó jamás dejarla sin protección por si acaso sufría una recaída en su supuesto catarro.

La ojiazul se las había apañado bien para que pareciera que tenía fiebre, tos, y una cantidad inmemorable de moco que poco bien le hacía.

Sin embargo, poco sabía su secuestrador que era todo mentira. Una simple tapadera para una misión suicida gobernada por su corazón, quien pedía a gritos mudos una oportunidad para abrirse con él.

Ya rozaban prácticamente las doce de la noche, y Lexie trataba de no caer presa del profundo sueño que se apoderó de ella en pocos minutos. Sabía que si quería verlo debía aguantar, y dormirse tan pronto no estaba en sus planes.

Quizá fue cosa del destino que, justo en ese momento, el pomo de la puerta se girase despacio tratando de hacer el más mínimo ruido, y ella sonrió triunfante.

Se tumbó sobre la cama lo más rápido posible, tapándose con la manta para que el rizado no pudiera sospechar hasta que llegara a ella. Era totalmente consciente de que estaba arriesgándose a una mala reacción, un golpe o una decisión impulsiva y desafortunada por parte de su secuestrador, pero le dio igual.

Rehén [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora