Capítulo final

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Despertó cuando un cubo de agua helada fue arrojado sobre ella. Estaba nerviosa, asustada, e inquieta. Su respiración estaba agitada, y su corazón latía desbocado.

Analizó con rapidez la habitación en la que estaba, pudiendo ver que se encontraba en un gran almacén abandonado. Tragó saliva cuando se percató de la presencia de otros hombres. No estaba sola.

Ante ella, tres hombres con pasamontañas. Todos ellos musculosos, con armas, y sin nada bueno que ofrecer. A su lado, sentado en una butaca de cuero negro, un hombre permanecía sentado mientras se fumaba un puro con tranquilidad, observándola en sumo silencio.

—Hola, Lexie —su voz resonó por todo el almacén. Estaba tranquilo, ausente. Ni siquiera parecía peligroso visto desde ahí.

Ella no le correspondió el saludo.

—¿Qué hago aquí? ¿Quién es usted?

—Oh, error mío, chica. Me llamo Robin. Robin Harrison.

Fue ahí cuando su rostro se descompuso. El miedo se apoderó de ella en cuanto fue consciente de quién era la persona que tenía delante, y comenzó a sudar cuando entró en pánico. Sin embargo, supo disimularlo bien.

—Por tu rostro veo que te han hablado de mí.

—¿Va a matarme? —masculló asustada.

—No te haré daño si no me das motivos para hacerlo, joven.

—¿Y qué quiere de mí? —balbuceó.

—En realidad, de ti no quiero nada. Aquí no eres más que un anzuelo, un punto intermedio que acaba recibiendo por lo que no le corresponde —explicó sonriendo ante el miedo que desprendía.

—Déjeme irme —su voz agarró un tono más potente, y su mirada se oscureció.

—Te creía menos estúpida —escupió con repugnancia.

Y en verdad tenía razón. Habría sido algo ridículo tomarse todas las molestias para secuestrarla, y después soltarla sin más a los dos segundos de despertar. Por mucho que suplicase, nada tenía sentido ahí.

—¿Qué crees que hará el maricón de mi hijo cuando sepa que estás aquí, Lexie? —preguntó con seriedad, observándola desde la distancia. Ella se removió inquieta sobre la silla en la que estaba atada.

—Descuartizarle vivo.

Pese a que temió durante unos segundos por lo que ese hombre podría haberle hecho al hablarle así, se sorprendió cuando no se inmutó. Cómo si realmente hubiera tocado su fibra sensible el escuchar aquellas palabras.

—Mi hijo no tiene cojones para hacer eso, y mucho menos para hacérselo a su padre.

Lexie agachó la cabeza escondiendo una sonrisa.

—Si su hijo ha tenido cojones de aprender a amar después de todo lo que le hizo, hágame caso que hace mal si piensa subestimarlo. Muy mal, en verdad.

—¿Me estás retando?

—En absoluto, suegro —escondió una sonrisa.

Sabía que siendo un anzuelo era intocable en aquel almacén. Al menos, mientras que no tuvieran a Blake. Y pensaba aprovecharse de ello.

Sin embargo, el hombre la fulminó con la mirada.

Ni siquiera pestañeó en cuanto se levantó de la cómoda butaca en la que había permanecido sentado durante toda su conversación. Y, decidido, se acercó a la chica que mantenía presa y atada bajo su propia voluntad.

Agarró su barbilla con desprecio, haciéndole alzar la cabeza para que lo mirase a los ojos, y Lexie lo miró con furia.

—Sé que sabes que te necesito viva, pero recuerda que tienes una integridad física que puedo destrozar en cuanto se me plazca —amenazó con frialdad, mirándola con repugnancia.

Rehén [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora