Capítulo XXII

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Sus ojos se clavaron en su diminuto cuerpo desde que entró en la habitación. Estaba dormida, en sujetador, con una manta que tapaba hasta su cadera.

Una venda se ajustaba a su cintura. Moretones y cardenales se trazaban en su cuerpo como si de un lienzo se tratara, y su rostro magullado se relajó por inercia cuando sus fosas nasales se impregnaron en su totalidad del amargo aroma de su secuestrador.

Pese a estar dormida, su cuerpo supo que ahora estaba a salvo. A salvo con él.

Blake no hizo absolutamente nada. Se limitó a observarla en silencio, detallando de ella cada minúsculo centímetro de su cuerpo. No medió palabra.

Sin embargo, su corazón gritaba en silencio exigiendo venganza. La sangre le ardió cómo nunca antes lo había hecho, y casi se fracturó los nudillos ante la inmensa fuerza que ejerció sobre sus manos al cerrarlas en forma de puño. Su mirada se oscureció hasta perder el bonito color verde que tanto le caracterizaba, y su mandíbula se tensó. Agarró su pistola cuando su respiración se agitó.

—Liam —masculló. Tenía la voz ronca, áspera y gruesa. Profunda y oscura a partes iguales.

Liam, temblando ante el tono de voz de su superior, se asomó por la puerta para mirarlo. Jamás lo había escuchado hablar así.

—Tráemelos.

—Ha-Harrison —balbuceó—. Ahora no nos conviene un conflicto en la mansión.

Aquella fue la primera vez que Blake sonrió. Una sonrisa macabra y desquiciada que estremeció a Liam, quien retiró la mirada aterrorizado.

—¿Un conflicto? —chasqueó la lengua con diversión, evitando una risa burlona—. Esto va a ser una puta carnicería en cuanto tenga ante mí a los tres hijos de puta que han hecho esto. Así que tráemelos. No voy a volver a repetirlo.

El guardia no se atrevió a volver a rechistar, saliendo de ahí prácticamente corriendo. No tenían tiempo que perder.

Blake cerró la puerta con llave. No sabía qué sentir, ni sabía qué hacer ahora. Jamás se había visto en una situación como en la que se encontraba en aquel momento. Solo, con el corazón prendiendo fuego, y su alma exigiendo venganza por lo que fue suyo desde el primer instante.

Fue ahí cuando una gran sensación de culpabilidad lo invadió en su totalidad. Si ella ahora estaba ahí, si ahora permanecía sedada en una cama con morfina hasta el cuello, era por haberse quedado en la mansión.

Estuvo a punto de morir, por salvarlo a él. Y Blke era consciente de eso.

Se sentó a su lado con una delicadeza infinita jamás vista antes en él, y agarró su mano despacio, con cuidado, procurando en todo momento no dañar su piel más de lo que ya estaba.

Y entonces, cuando un quejido de dolor se escapó con suavidad de entre los labios de su rehén, su corazón se rindió ante el ángel de alas rotas que ante él luchaba por sobrevivir.

[...]

Abrió los ojos de golpe. Asustada, horrorizada, recordando todo lo sucedido antes de caer inconsciente bajo los golpes de aquellos tres infelices.

Habría tratado de salir corriendo de ahí, si no hubiera sido por aquel aroma que inundó sus fosas nasales en el momento en que inhaló. Ese aroma que tanta seguridad conseguía ofrecerle, pues sabía bien a quien le correspondía.

Todo su cuerpo se relajó en el instante en el que, sus ojos, curiosos y aterrados, vislumbraron a su lado la presencia de su secuestrador.

Sonrió al darse cuenta de que estaba dormido sobre ella, sentado en la cama a la altura de su cadera, pero abrazando su cintura con cuidado de no tocar su vendaje. Su cabeza descansaba plácidamente sobre la parte baja de su abdomen, y sus manos permanecían sobre la piel desnuda de sus costados. Se había quedado dormido acariciando su cintura.

Rehén [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora