Capítulo XX

1.5K 80 13
                                    

Estaba borracho, sí. Y no era consciente de lo que estaba diciendo. De serlo, Lexie sabía que jamás le habría confesado aquello que tanto tiempo había resguardado en lo más profundo de su corazón, encerrado con llave a salvo de todo aquel que no fuera él mismo.

Pero ahora sabía la verdad. Ahora sabía cuál fue aquel hecho tan traumático que mató al pequeño Blake de diez años, haciendo de él un alma corrompida y un corazón partido en dos.

Y todo, culpa del hombre que lo engendró. No, no era su padre. No merecía serlo. Ni siquiera merecía vivir. Tan solo era un ser vivo repugnante, un ser vivo que condenó a un niño a sufrir toda su vida, sin elección alguna.

Lexie no conocía a Robin, mas tampoco deseaba hacerlo. Pero quería matarlo. Quería matarlo con sus propias manos, hacerle pagar todo el dolor que su hijo llevaba sintiendo desde que se vio obligado a apretar el gatillo que acabó con la vida de su madre.

Era un niño. Un niño que únicamente deseaba ser feliz, vivir su vida siendo amado y amando a los demás. Un niño al que, sin previo aviso, le arrebataron todo ápice de calor que pudiera resguardar su corazón. Y ahora que no la tenía a ella, ahora que él mismo arrastraba la culpa de una muerte que él no eligió, su corazón se había reducido a míseras cenizas que tan solo latían para mantenerlo con vida.

Lexie lo observó en silencio. Su corazón estaba encogido, y sus manos comenzaron a temblar cuando sus ojos se llenaron de lágrimas. Lágrimas de odio, de rencor, de impotencia. Lágrimas rotas que brotaban desde lo más profundo de su alma.

Lo abrazó con cuidado, sin querer despertarlo del profundo sueño en el que cayó en rotundo. Y apretó el agarre. Quería sentirlo, hacerle perder todo el frío que lo había congelado durante toda su vida. Quería amarlo, y que él la amara como jamás había amado a nadie.

—Volverás a tener corazón, Blake. Y sanará pronto todo lo que te corrompe por dentro desde hace años. Te lo prometo, diablito terco —murmuró con la voz rota, hundiendo su rostro en su pecho.

[...]

Salió desconcertado de la habitación. Le dolía la cabeza a un nivel que a penas podía abrir los ojos ante la claridad de aquella mañana, y su mente confundía pensamientos que no tenían ningún sentido.

Sin embargo, él conocía muy bien esa sensación. Estaba de resaca.

—Liam —murmuró despacio al llegar hasta su guardia más próximo—. Pídele a las cocineras que me traigan una aspirina a mi despacho. Y un café. Cargado.

—Enseguida, Harrison —se marchó obediente.

—Espera —lo frenó—. ¿Sabes qué pasó ayer?

—¿Qué quieres decir?

—¿Alguien me vio borracho?

—No.

Un suspiro de alivio se escapó de entre sus labios ante la firme respuesta de su guardia. Sin embargo, justo cuando reanudó su marcha hacia su despacho, sus palabras hicieron que frenara en seco.

—Bueno, sí. Lexie.

Blake bajó la cabeza dándole la espalda, sin necesidad de mirarlo.

—Está bien. Cuando despierte, dile que venga a mi despacho.

—¿La despierto ahora, Harrison?

—No —contestó seco—. Déjala dormir. Cuando despierte, haz lo que te he dicho.

—Vale.

Esta vez, no frenó sus pasos cuando decidió continuar con su camino. Pero su mente seguía siendo un caos. Aún trataba de hallar respuesta a las mil preguntas que lo torturaban sin descanso, e intentó darle sentido al gran rompecabezas que se formó en su cabeza. Todo sin éxito.

Rehén [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora