Capítulo II

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Deslizó su dedo índice por el largo de su labio inferior. Suave, despacio. Acabando en un pequeño pellizco al que no le ejerció fuerza alguna.

Sus ojos observaban traviesos el espectáculo que ante él se daba lugar, y se removió en su sillón cuando la chica se bajó de la barra al acabar su actuación. Tras su marcha, una nueva entró en plano.

—Harrison, ¿Quieres comprar a alguna de ellas? La más grande tiene diecisiete. La menor, no llega a catorce.

Blake frunció el ceño.

—Yo trafico con drogas, no con humanos. La gente como tú me repugna.

—Sí, y aun así aquí estás —el propietario del prostíbulo sonrió con picardía.

El pelinegro tensó su mandíbula, y apretó su puño con fuerza enfrentándolo con la mirada. Él retrocedió sin querer desafiarlo. Salió del lugar evitando cualquier tipo de percance que pudiera comprometer el buen funcionamiento de su local, pero Blake no se quedó conforme.

Se levantó furioso, tirando a su paso el vaso de tequila que le ofrecieron al entrar, y se dirigió hacia uno de sus hombres.

—Traedme al encargado de estas chicas —ordenó seco.

Necesitaba desahogarse, evadir su estrés y deshacerse del gran peso que recaía con fuerza sobre sus hombros. Y sabía exactamente cómo podía hacerlo.

Un cincuentón de apariencia dejada y ojeras marcadas apareció en su campo de visión mientras era escoltado hasta él por dos de sus hombres. Él lo miró con seriedad.

—Quiero una para pasar la noche.

—¿Solo una? —vaciló—. Tengo muchas que desearían pasar la noche contigo.

—He dicho una —hizo énfasis, remarcando su voz. El hombre asintió.

—Edad.

—Mayor de dieciocho.

Su respuesta fue sentenciada por sus inexistentes ganas de verse involucrado en asuntos de menores. El cincuentón apartó la mirada pensativo, escogiendo en su mente cuál de sus chicas le podría gustar más, y se sobó la barbilla un par de veces con su dedo índice sin llegar a decidirse del todo.

—¿Preferencias?

—No tengo.

Asintió nuevamente, zanjando la corta elección que en su mente se dio lugar. Desapareció unos instantes que para el pelinegro se hicieron largos, y se acercó a él en cuanto le hizo una seña detrás de una puerta para que fuera hacia allí.

—Al fondo del pasillo a mano izquierda te está esperando tu chica.

—¿Cuánto? —miró al frente, evitando su irritante mirada. Superficial y superior como él solo, no se dignó a rebajarse en aquel aspecto.

—Dos mil.

Realizó una seña con la mirada a uno de sus hombres, quien asintió con la cabeza entendiéndolo todo. Acto seguido, entró en aquella habitación tras ordenar a varios seguratas que prohibieran la entrada al lugar.

Ante él, una chica delgada, pálida y pecosa lo miró con seguridad. Lo había hecho infinitas veces, y aquello le había proporcionado una experiencia que, a aquellas alturas, de poco le servía tratar de disimular.

—¿Cómo te llamas, guapetón? —coqueteó.

Sin embargo, el capo no tenía ni tiempo, ni ganas, de entretenerse con tonterías.

—¿Qué edad tienes?

—Casi diecinueve.

—Bien.

Rehén [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora