Mientras las clases terminaban, aún sintiendo un pinchazo molesto en la mandíbula, vio un grupo de chicos reunidos en el patio exterior, cerca de la puerta del recinto, hablando con un chico.
Se trataba de Matthew, uno de los más populares del pabellón masculino.
De corto cabello rubio oscuro y ojos oscuros, parecía haber madurado más rápido que los demás, perfilando sus facciones y teniendo un cuerpo más maduro, abandonando características infantiles, lo que volvió locas a muchas enseguida.
Jane se fijó en él tan pronto como lo vio por primera vez en el instituto, en su primer año, así como lo hicieron otras tantas chicas al igual que ella, casi formando su propio club de fans.
Toda aquel que tuviera ojos no podría negar que era alguien que llamaría la atención.
Pero Matthew siempre estuvo más enfocado en los deportes y sus amigos que otra cosa.
Sin embargo, desde la desaparición de Emily, se le veía decaído, por mucho que sus amigos trataran de animarlo.
Jane trató de pasar junto a ellos sin llamar la atención. Pero, tan pronto como los ojos de Matthew la captaron, le dirigió la palabra.
-¡Jane!- la llamó, haciendo que varias cabezas se giraran hacia ella y esta detuviera sus pasos.
Sabía bien porqué trataba de hablar con ella, pero, aún así, solo pudo mirarle con cierta pena.
-¿Sabes algo de Emily? ¿Estás segura de que no ha tratado de contactarte? Eras su mejor amiga- le dijo este con cierta expresión de esperanza vaga en la cara.
-Tio, la policía ya habló con ella. Si supiera algo, o Emily hubiera tratado de hablarle, ya lo sabríamos- le dijo uno de sus amigos, tratando de tranquilizarle.
Pero, aún así, ella se tomó la molestia de contestarle.
-No. Emily no me ha dicho nada ni ha tratado de contactarme. Lo siento.
-No pidas perdón. Esto no es cosa tuya- le dijo uno de los amigos de Matthew.
Pero este estaba tan hundido de nuevo que ni siquiera volvió a alzar la mirada para mirarla.
Sin nada más que decir allí, ella continuó su camino a casa, sola, mientras veía como fotos de la desaparecida Emily estaban colgados en distintos lugares de la ciudad, empapelando escaparates, farolas o cualquier pared libre del lugar, pidiendo a la ciudadanía que, si alguien sabia algo sobre la chica, se pusieran en contacto.
Para cuando llegó a su edificio, sus ánimos estaban por los suelos. Y su día no mejoró cuando, una vez más, el ascensor del edificio no funcionaba, forzándola a subir los tres pisos andado por las escaleras hasta su apartamento.
Para cuando llegó arriba, estaba cansada y las punzadas que estaba sintiendo en la mandíbula se estaban haciendo más molestas y profundas, sintiendo casi un hormigueo constante que no tenia la intención de cesar.
La recibió un piso vacío, ya que su madre debería encontrarse trabajando y su padre...
Bueno, su padre dejó de estar en su vida a los 7 años, cuando el matrimonio se rompió y se marchó a trabajar a otra ciudad.
Al parecer, romper con la relación también significaba romper con su hija, ya que apenas tuvo señales de vida de él desde entonces.
Abandonando su mochila a un lado de la entrada, se dejó caer en el sofá, pero los pinchazos de la mandíbula la forzaron a tumbarse boca arriba, ya que parecía que cualquier presión, por leve que fuera, le provocaba más dolor.
"¿Por qué me duele tanto?", pensó, masajeándose suavemente la zona, mirando con molestia al techo.
Pero, en el silencio del lugar, su mente no pudo más que repasar lo que estaba ocurriendo a su alrededor desde hacía una semana.
Hasta la desaparición, muchas chicas criticaban a Emily a sus espaldas, diciendo que se hacia más bella a propósito, usando algún secreto, para llamar la atención de los demás. O que complacía a los maestros con suaves sonrisas para que sus notas siempre fueran las más perfectas del lugar.
Pero, ahora que no estaba, ¿se volvía una santa? ¿Todos querían saber dónde estaba? ¿Cuándo se habían preocupado tanto por ella, si normalmente se dedicaban a envidiarla?
Los pinchazos se hicieron más agudos, haciendo que Jane se retorciera de dolor en el sofá.
¡¿Qué estaba pasando?! ¡¿Por qué le dolía tanto?!
Cómo pudo, se levantó y caminó hasta el baño, colocándose ante el espejo, abriendo la boca y contemplando está en su reflejo, tratando de encontrar algo extraño.
Pero, por mucho que reviso, estirando sus labios, no encontró nada que explicara su dolor, haciéndola sentir frustrada, pues el propio hecho de buscar la causa le ocasionó dolor.
El simple toque sobre sus encendidas provocaba que estuviera a punto de retorcerse, soltando un pequeño quejido. Pero sin nada que quitar o se viera algo fuera de lo normal, no podía hacer nada más. Por lo que volvió a tumbarse en el sofá, queriendo que aquello acabara ya.
Para cuando su madre regresó del trabajo, ella aún estaba allí, tratando de masajear la zona lo más suavemente posible para mitigar el dolor, sin tener el más mínimo éxito.
-¿Qué te pasa?- le preguntó la mujer, después de ver a su hija lanzando pequeños quejidos de dolor, con las manos sobre sus mejillas.
-No lo sé. Pero me duelen mucho las encías. Es un dolor que no se va.
-Haber. Abre la boca- le pidió su madre.
Cosa que Jane hizo, a pesar de saber que no había nada que se viera a simple vista.
-Parece que tienes enrojecidas las encías. Tal vez deberíamos ir al dentista- le indicó la mujer, frunciendo un poco el ceño.
Ambas sabían bien que cualquier cosa que Jane se tuviera que hacer en la boca sería caro, pues no habían conocido aun a un dentista que fuera bueno y barato. Y con el trabajo de cajera de supermercado de su madre, no se podían permitir demasiados lujos.
-A lo mejor se me pasa mañana- comentó Jane, tratando de que su madre no empezara a hacer cuentas en su cabeza.
Su padre enviaba algo todos los meses. Pero solo era como una ayuda para los gastos que ella pudiera tener por parte de los estudios y su madre siempre trataba de ahorrarlo lo más posible para su cuenta para la universidad.
-Bien. Esperaremos a ver. Pero si mañana sigues igual, iremos al dentista.
A lo que Jane se limitó a asentir, mientras sus manos aún masajeaban la zona.
Desconocía si los dientes tenían oídos, pero, ante las palabras de su madre, su boca pareció doler aún más, casi arrancándole lágrimas.
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Dientes
HorrorUna vida puede cambiar muy rápido. Y de las formas más inusuales La vida de Jane empezó a cambiar por un simple dolor de dientes Pero, cuando los cambios empiezan, ¿quién los puede parar o controlar? Una joven que no le gustaría estar viviendo lo qu...