Melodía milagrosa

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Emi estaba a punto de subir al escenario donde se mostraría frente a mucha gente.

Era un concurso donde no ganabas nada, sólo un reconocimiento, aunque ese reconocimiento podría cambiar la reputación de cualquier músico que participase.

La pelinegra no se mostraba nerviosa, ni mucho menos asustada, aunque en su interior era todo lo contrario. Se moría del miedo y de ls intriga de saber qué pasará en el momento exacto en el que pise ese escenario y un montón de personas la observen. Era desgarrador el hecho de saber que le calificaría alguien, cuando ella creía tocar bien el violín.

— Número 22, Emi Kowae. Ve preparándote — Habló el muchacho encargado de avisar a los competidores que tenían que subir al escenario.

La de ojos cafés asintió, mientras sudaba frío. Se levantó del banco donde estaba memorizando su partitura y caminó hacia los cambiadores.

Lo que llevaría puesto a la hora de su presentación, era un vestido blanco, con unos zapatos de tacón mediano de color rojo. Y tenía, en su cabello, una diadema de un mismo color que su calzado.

Se vistió y se preparó lo más rápido que pudo, para poder seguir practicando antes de hacer su demostración.

Emi tocaría la Sonata no.3 - Hahn -  de Bach, la cual era su pieza favorita para tocar con violín. Sentía que era con la que más familiarizada estaba, por eso la eligió. Aparte, presentía que era una pieza que iba con la ocasión.

Con determinación, se miró en el espejo de aquel vestuario, mientras se arrojaba agua en la cara.

— Tú puedes, Emi, eres increíble... — Se murmuró ella misma, mirando sus ojos, señalando su silueta en el espejo.

Terminó de arreglarse y tomó el estuche de su violín, para volver a sentarse en aquel banco, tenía que practicar una vez más la partitura mentalmente. Pero, cuando quiso imitar el movimiento que hacía con su instrumento, la llamaron.

— Turno del número 22, Emi Kowae.

La pelinegra se palideció un poco, pero no podía verse como una puerta en esos instantes. Se pegó una mini cachetada y, mientras daba saltitos antes de salir como si fuese un boxeador, se dirigió hasta uno de los costados del escenario.

— Superaré mi maldita existencia... — Se susurró Kowae, mientras miraba aquel piso de madera iluminado con luces blancas.

Comenzó a dar mini pasitos, tratando de verse lo más tranquila posible. Iba con su violín, el cual ella lo pintó de blanco con detalles lilas. Se paró en donde le habían indicado y se dedicó a observar a toda la gente.

Y allí estaban su mamá, sus hermanos, Hina, Naoto y, un poco más lejos, Izana junto a Kakucho, un grandulón de trenza, un chico de dos trenzas, otro rubio con mechas celestes y uno de tatuaje en la sien. Todos aplaudían para ella.

𝘠 𝘵𝘦 𝘦𝘹𝘵𝘳𝘢𝘯̃𝘰 - 𝙄𝙯𝙖𝙣𝙖 𝙆𝙪𝙧𝙤𝙠𝙖𝙬𝙖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora