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Emi había cumplido 18 años. No hizo ninguna fiesta, ni mucho menos invitó a alguien a su hogar para disfrutar de un rico pastel luego de soplar las velas. Evitaba sus fiestas de cumpleaños a toda costa. Las odiaba desde hacía unos dos años.
No le interesaban los regalos, ni siquiera quería recordar que cada día se hacía más vieja, pero era inevitable con la existencia de su madre Margaret. Siempre salía con algo nuevo. Aunque, no se quejaba mucho, Emi ama el chocolate y no puede negarse a una buena rebanada de pastel de chocolate con crema batida teñida con colorantes de cocina.
Su cumpleaños había caído un viernes, día de semana laboral. Pero, ni aunque fuera un día ❝especial❞ faltaría a la escuela y mucho menos cancelaría una clase con su alumna particular favorita (y la única que tenía). Era un día común y corriente, donde se le agregaba un año más de vida, no era tan importante.
La pelinegra iba caminando por la calle, en dirección a su escuela, luego de haberse devorado aquel manjar de una rica panadería con una taza de leche bien fría.
Se cruzaba con vecinos, conocidos y compañeros de clase, todos la felitaban, la abrazaban y le decían un par de palabras. Kowae no podía enojarse por la actitud tan amable de toda esa gente que recordaba aquella fecha.
Hasta se cruzó con Manjiro, el cual no suele recordar los cumpleaños de gente ❝no tan importante❞ en su vida, pero, casualmente recordó el de la de ojos cafés y se abalanzó sobre ella, para abrazarla y darle un regalo.
— Vaya, no hacía falta, Mikey — Dijo Emi, con toda la humildad del mundo posible.
— No hay de qué, Emi — Habló eo rubio, mientras la observaba — Oye... ¿no harás fiesta?
Kowae colocó un mechón de su pelo detrás de su oreja, a la vez que miraba para un costado y suspiraba.
— Ya no hago fiestas, Mikey, pero... puedo invitarte a mi casa por pastel — Ofreció la cumpleañera, tratando de sonreír.
— No entiendo por qué... tus fiestas eran increíbles.
Sí, lo eran, pero siempre terminaba perdiendo. Su día terminaba con sollozos de ella, mientras trataba de no arrojarle un plato a su madre por la cabeza. Su día finalizaba con hipo y sus hermanos intentando tranquilizarla luego de recordar a su padre y que Margaret haya hecho algún comentario que no iba con la ocasión. Su día finalizó, la última vez que hizo su fiesta de cumpleaños, buscando a Izana por todos lados, caminando sola en las calles frías y oscuras de Japón, diciendo su nombre en un tono de voz moderado, tratando de que la escuchara y se le acercara... pero, ve tú a saber si él la escuchó alguna vez.
Se cansó de pasarla mal y que alguien le reclame algo, por eso, simplemente, le dijo ❝no❞ a las fiestas. Ya no esperaba nada, sin embargo seguía recibiendo. Aunque jamás recibía lo que hace dos años buscó por todo Japón.