Soledad

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En la soledad del salón de clases, estaba Emi, barriendo el piso de madera, mientras veía sus lágrimas impactar sobre ese mismo suelo. Barría sin sentido, porque sólo barría un mismo lugar, sin caminar hasta las otras puntas del salón.

No había nadie, porque la escuela estaba vacía, cuando se suponía que los compañeros de Kowae debían ayudarla a limpiar, porque era obligación de todos, sin embargo nadie, más que una amiga de la pelinegra, se quedó a ayudarla. Pero, esa amiga, había tenido un inconveniente, había llegado el nacimiento de su hermano y tuvo que irse de la institución escolar sin poder ayudar a la pobre muchacha.

La violinista, se miró en el reflejo de una de las ventanas de la escuela. Estaba en sus peores momentos. Su cabello despeinado, su rostro todo mojado y su mano vendada.

— ¿Por qué a mí?... — Se preguntó a sí misma.

Se sentía muy mal por dentro. Tenía una acomulación de problemas en la mente, el estrés la iba consumiendo son que ella se de cuenta de que necesitaba ayuda. Su cuerpo pedía a gritos un descanso de su propia autoexigencia, descanso de su trabajo, de su esfuerzo como adolescente y como niñera. Sus ojeras eran notorias y la necesidad de salir corriendo a ningún lado y desaparecer, era creciente en su alma.

Por eso, dejó todo como estaba, con mesas para acomodar, tomó su morral, se lo colgó en el hombro y salió corriendo del salón mientras lloraba con descontrol. Tenía hipo y sollozaba como un niño cuando extraña a su madre, pero, al fin y al cabo... ella volvía a ser una niña, porque también extrañaba el calor de Margaret.

Se perdió entre los pasillos del lugar, encontró la salida trasera, por la cual planeó salir. Se acercó a la manija de aquella puerta y pudo corroborar que estaba cerrada.

— Qué mierda... — Susurró, para luego buscar otra alternativa.

Miró a sus alrededores y vió las ventanas de la escuela. Se acercó hasta una y la abrió con facilidad. Salió por aquel agujero y siguió corriendo, sin importarle si su salón era un desastre o si su mamá estaba esperándola con la merienda en casa.

Se perdió en la montaña, ya que su secundaria quedaba en la cima de una meseta. Corrió por la carretera, pasando por casas y pequeños comercios que rodeaban la ruta que te llevaba hasta la hermosura del centro de Tokio.

Estaba corriendo, desahogándose. Era de esos momentos donde ni siquiera se fijaba en si su pie pisaba bien el suelo. Sólo corría, mientras lloraba y sentía la llovizna recaer en sus hombros. Buscaba paz en la ventizca que hacía volar su cabello negro y su falda. Quería saber cómo se sentía ella unos años atrás, porque no recordaba la sensación de haberse querido.

Llegó al fin de ese relieve y pudo encontrarse con el comienzo de la moderna ciudad. Seguía corriendo, mientras gente que pasaba por allí, la veía, sin entender el por qué de su apuro.

Se sentía en el aire el olor a lluvia o a tierra húmeda que invadía las fosas nasales de Emi. La lluvia estaba cerca, pero no importaba, nada le iba a impedir un momento de vida, unos segundos de satisfacción. Se sentía libre, una vez más. No pensó ni en los golpes que recibía de parte de sus compañeros, ni en la exigencia de su madre, porque sólo eran ella y la llovizna, ella y sus pies, ella y su adrenalina.

La lluvia comenzó a hacerse presente con más intensidad, dejando de lado las pequeñss gotas, para poder duplicar su tamaño. El cabello negro de Emi comenzaba a mojarse más de lo que ya estaba, mientras las pestañas de la misma iban humedeciéndose con el pasar de los segundos.

Luego de tanto correr, pudo ver que estaba en el centro de Shibuya, justo en su famosísimo cruce. Cruzó las calles, bajando la intensidad de sus pasos, para no accidentarse ni herir a otros.

Siguió caminando, hasta que volvió a quedarse sola, una calle donde no había gente, donde no había perros. Ahí, supo que podía volver a correr y así lo hizo. Corrió sin parar, sin prestarle mucha atención a lo que tenía defrente, eso causó que chocara con alguien.

— Lo lamento... — Murmuró Emi, mientras se levantaba del suelo y se acomodaba su morral.

— ¿Kowae?

La pelinegra levantó la mirada, encontrándose con la mirada de alguien a quien nunca creyó volver a ver.

— Kurokawa... — Susurró ella, mientras trataba de cubrir sus brazos y su rostro.

Jamás creyó que se reencontraría con él, eran pocas las posibilidades, pero, tal vez era su destino verlo una y otra vez. Tal vez la vida quiere decirle que él la sacará de la oscuridad, sin dejarla en soledad...















 Tal vez la vida quiere decirle que él la sacará de la oscuridad, sin dejarla en soledad

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𝘠 𝘵𝘦 𝘦𝘹𝘵𝘳𝘢𝘯̃𝘰 - 𝙄𝙯𝙖𝙣𝙖 𝙆𝙪𝙧𝙤𝙠𝙖𝙬𝙖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora