Áspero y seco

4 1 0
                                    











¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.












Izana abrió los ojos cuidadosamente. La luz solar que traspasaba el vidrio de la ventana mal cubierta por las cortinas, pegó justo en su cara, sacándole el frío que sentía gracias a ese frezco invierno que Japón transitaba. El moreno miró hacia un costado, encontrándose con el rostro pacífico y sereno de su amada Emi.

Ella estaba tan tranquila, se la veía relajada, hundida en un sueño muy profundo. Estaba algo despeinada, pero no le sacaba la belleza. Kurokawa levantó una de sus manos y acarició una de las mejillas de Kowae, recordando lo que había pasado la noche anterior. Se puso colorado al pensar en algo como eso, pero había sido un momento hermoso, como la escena que tenía frente a sus ojos.

Se sentía tan feliz de poder ver a su mujer desnuda, cubierta con las sábanas blancas de la cama, tan dormida que no sentía mucho de lo que pasaba a su alrededor. Se sentía afortunado de poder despertar y verla allí, junto a él, sin la necesidad de cosas materiales.

Cada día al lado de Emi, se sentían como un segundo, porque con ella, el tiempo pasaba muy rápido. Pero esos segundos, Izana, los aprovechaba lo más que podía, sintiéndose bendecido por poder escuchar la hermosa risa del amor de su vida.

La rubia, abrió los ojos lentamente, tratando de enfocar la vista, para poder apreciar el bello cabello blanco de su esposo. Ella se sonrojó al instantd al ver lo embobado que estaba Kurokawa, mientras la observaba como si fuese una obra de arte.

— Buen día... — Susurró la de ojos cafés, sonriendo sutílmente, ante las caricias de Izana.

El muchacho no habló, sólo sonrió y se acercó a su mujer. Posicionó una de sus manos en su cintura, atrayéndola lo más posible hacia él, para poder comenzar a besarla. Era un beso tranquilo y muy romático, estaba lleno de amor. Ninguno de los dos estaba apurado, sólo disfrutaban del toque de los labios del otro.

Se separaron por falta de aire y unieron sus frentes, para luego reír levemente, aunque no hubiese pasado nada como para reír. Se miraron a los ojos y así quedaron un par de minutos más, hasta que Emi inhaló algo de aire y abrió su boca, para poder hablar nuevamente.

— ¿Me extrañas?

— ¿Qué? — Respondió Izana, confundido.

— Yo también te extraño, cielo, y... te perdono, perdono a Mikey, a Kakuco, a Sanzu, a los Haitani, a todos, los perdono — Admitió la pelinegra, de la nada — Al fin y al cabo, me liberaron de un gran dolor. Cuando me convertí en ángel, volé directo hasta donde mi corazón me guió y llegué a la oscuridad de tu habitación, y al horroroso aroma a cigarro.

El moreno se sentó en la cama, mientras miraba a Emi en shock, como si hubiese visto un fantasma o algo parecido.

— No entiendo... — Soltó él, mientras veía a su esposa tomar asiento también.

— Yo tampoco entiendo por qué te alejaste de mí, pero, te perdono y te perdonaré toda la vida — La rubia acarició la mejilla de su amado, mientras sonreía ampliamente — Sé feliz y olvídate de mí, ¿sí? Estás sufriendo por mi culpa y, saber eso, me mata. No sigas aferrado a mi cuerpo frío y putrefacto. Consíguete una mujer que pueda amarte, amor mío.

Los ojos de Izana se aguaron, sin saber por qué.

— Tú me amas... nadie me amará como tú.

— Tienes que dejarme volar, cielo, así como yo tuve que dejarte volar, aunque seguiste toda mi vida en mi mente — La de tez blanca seguía sonriéndole, estaba llena de paz — Desde la pelea entre Tenjiku y la ToMan, desde que volviste a desaparecer, jamás dejé de amarte y jamás te olvidé, pero me obsesioné en cierta forma, sin poder amar a nadie más. Yo no quiero eso para ti, ámame y no me olvides, pero sé capaz de amar a alguien más...

Una luz en el pecho de la mujer comenzó a verse, expandiéndose por todo su cuerpo.

— Espero verte arriba, Izana... te amo, para siempre.

— ¡No te vayas! ¡Emi, por favor, yo te amo! — Gritaba el de ojos plateados, queriendo tomar la mano de la chica.

Emi no respondió y lloró. Besó a Izana, una última vez, para luego esfumarse en la nada...

Kurokawa abrió los ojos de manera brusca, sentándose en su cama con desesperación. Estaba sudando y exaltado, necesitaba aire. Cuando tuvo ese aire que necesitaba, miró a un lado de su cama, tomando el lado vacío, se sentía áspero y seco.

— Yo te amo, para siempre...

Había sido un sueño, pero no sabía si uno bueno o uno malo...














Había sido un sueño, pero no sabía si uno bueno o uno malo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
𝘠 𝘵𝘦 𝘦𝘹𝘵𝘳𝘢𝘯̃𝘰 - 𝙄𝙯𝙖𝙣𝙖 𝙆𝙪𝙧𝙤𝙠𝙖𝙬𝙖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora