¿Por qué existimos?

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Emi Kowae, estaba sentada en un parque en alguna parte de Yokohama. Miraba el cielo, tratando de encontrarle un sentido a la vida, haciéndose la misma pregunta que cualquier humano se hizo alguna vez:

¿Por qué existimos?

No se sentía mal, simplemente, le entraba esa curiosidad de repente y quería obtener respuesta, sea como sea.

Su cabello negro volaba al compaz del viento de invierno. Sus guantes no eran lo suficientemente abrigados para aquella estación del año. Sus ojos cafés se movían rápidamente, observando cada nube que tenía movimiento en aquel cielo azul, lleno de vida.

Elevó una de sus manos y la estiró en dirección a una nube que, particularmente, le pareció tierna. Se preguntaba hasta dónde llega el cielo o si acaso era infinito. Y aunque muchas cosas ya habían sido comprobadas por astrólogos especialistas o por científicos profesionales, la duda seguía allí, ¿Era real lo que la gente confirmaba? ¿Realmente Nicolás Copérnico estuvo seguro del Heliocentrismo? ¿Realmente fuimos creados por Dios? ¿Realmente fuimos una evolución de un grupo de primates?

Esas respuestas no las tenía nadie. Ningún Homínido puede aparecerse por estos lados para confirmar aquello y Dios, todavía, no se hizo presente ni bajó de los cielos para decirnos que Adán sí existió.

El teléfono de la chica sonó. Era uno color plateado, de esos plegables, lleno de brillos violetas y stickers. Era un mensaje de su madre, recordándole que tenía que ir al psicólogo.

Era, en simples palabras, aburrido.

Nadie te ayudaba en esas sesiones, ellos siempre tenían la razón. No tenían buenos diagnósticos. Decían que Emi padecía de ❝Depresión sonriente❞, ¿qué era eso?

Ella estaba bien... muy bien.

La de cabellos lacios y azabaches, viró los ojos. Decidió ignorar, por ésta vez, ir a su sesión. Daba igual si asistía o no, nadie la controlaba y ella siempre estaba presente ante aquella doctora rubia que le sonreía, aunque en sus ojos se veía lo cansada que estaba.

Kowae, respiró profundo y se puso de pie. Guardó su celular en su bolsillo y comenzó a caminar sin rumbo, tal vez, iría a ver a su abuela, ella guardaría el secreto de su ausencia en la psicóloga.

Aunque, se detuvo en una vidriera. Una veterinaria que tenía perritos en adopción. Un perrito llamó la atención de la de ojos café. Un Bichón blanco. Su pelaje parecía esponjoso y ambos conectaron en el momento exacto en donde sus ojos se cruzaron.

El cachorro movía su colita que, lastimosamente, había sido cortada y, ahora, era un lindo pompón que se movía de lado a lado de la felicidad, mientras que la pelinegra sonreía, a la vez que se agachaba lentamente para apoyar su mano en el cristal que los separaba.

𝘠 𝘵𝘦 𝘦𝘹𝘵𝘳𝘢𝘯̃𝘰 - 𝙄𝙯𝙖𝙣𝙖 𝙆𝙪𝙧𝙤𝙠𝙖𝙬𝙖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora