« Llegamos a nuestro destino. Les damos las gracias por volar con nosotros y esperamos que hayan tenido un vuelo agradable. Disfruten de su estancia aquí en España y ojalá nos veamos de nuevo muy pronto. »
La voz de la azafata me despertó bruscamente mientras intentaba desperezarme tras el largo viaje. Miré distraída por la ventanilla, observando cómo atendían otros aviones y la frenética actividad en el aeropuerto. Sentí un nudo en el estómago y, sin poder evitarlo, las lágrimas volvieron a brotar. Ojalá hubiera regresado en circunstancias diferentes, pero parece que el destino tenía otros planes. Aunque intento convencerme de que no fue culpa mía, no puedo evitar sentirme responsable por no haber pasado más tiempo aquí.
Por un momento, me reproché no haber permitido que James me acompañara, pero sabía que no era lo mejor en este momento... no después de todo lo que quedó pendiente. Aunque insistió, entendió mi decisión con una sola condición: que si necesitaba algo o quería volver, le avisara y vendría a por mí.
Recuperé las maletas y me dirigí hacia la salida. Allí me esperaban, o más bien, me esperaban mis seis primos.
— ¿Pero qué...?
Antes de que pudiera decir nada, todos corrieron hacia mí.
— ¡Lunita!
No pude evitar reír y llorar al mismo tiempo mientras los abrazaba. Hacía años que no los veía y jamás me imaginé ser recibida con tanto entusiasmo, considerando la difícil situación que atravesaba la familia.
— ¿Cómo has estado, primita? — preguntó Darío, el mayor de todos, al que siempre consideré mi hermano mayor. Era el típico hombre de campo: piel morena, ojos marrones como los de toda la familia, y una barba incipiente que conectaba con su cabello negro bajo un sombrero. Vestía su clásica camisa de cuadros rojos, algo desgastada, unos pantalones vaqueros rotos y unas botas marrones de cuero.
Me despeinó con sus manos mientras nos separábamos del abrazo.
— No tan bien como tú — bromeé, apartándole las manos con un empujón suave.
— ¿Y cómo es Nueva York? — preguntó de repente Mateo.
— ¡Sí! ¿Es como España? — repitió Sofía con curiosidad.
Mateo y Sofía, los gemelos de nueve años, eran idénticos, con la única diferencia de que Sofía lucía unos reflejos rubios en su cabello. Ambos eran los hermanos menores de Darío.
— Nueva York es bastante frío... y, a veces, no huele muy bien — respondí arrugando la nariz. Ellos sonrieron.
— ¿Igual que los pedos de Daniela? — bromeó Enzo, arrancando risas de todos.
— ¡Oye, tú eres el que lleva tres días sin ducharte! — le replicó Daniela, provocando aún más risas.
Daniela, de mi misma edad, siempre había sido como una hermana para mí. Habíamos compartido todo cuando vivía en la hacienda, y aunque yo me fui a Nueva York, siempre mantuvimos el contacto. Por otro lado, Enzo era uno de sus hermanos menores y él más divertido de la familia.
— Te echábamos de menos, Lunita — dijo Alex, el más tranquilo y amante de los libros, con quien siempre tuve más cosas en común. También era el hermano de Daniela y Enzo.
— Yo más a vosotros.
Miré a cada uno con melancolía, preguntándome si alguna vez llegaron a olvidarme.
— Bueno, dame eso, pequeña —dijo Darío, señalando mis maletas para cambiar el ambiente — Vamos a casa.
A casa..., repetí en mi mente, sintiéndome triste. Había regresado para despedirme de mi abuelo quien había fallecido.
![](https://img.wattpad.com/cover/368509901-288-k25537.jpg)
ESTÁS LEYENDO
The Way You Hate Me
RomanceLos romances de infancia a menudo se describen como inocentes y puros, y se caracterizan por una ternura y corrupción compartidas desde una edad temprana. Puede recordarse con nostalgia y cariño porque representa una época de descubrimiento emociona...