" — ¡Luna! ¡Niña, vuelve aquí! — gritaba mi madre con tono severo, pero yo seguí corriendo sin detenerme.
— ¡Mamá, Luna me pegó! — a lo lejos, oía a Daniela quejarse porque le había pegado a causa de que ella rompiera mi muñeca favorita durante nuestro juego.
— ¡Bruja mentirosa! — respondí gritando y salí corriendo de la hacienda sin mirar atrás.
— ¡Luna Fernández!
Ya estaba lo suficientemente lejos como para que su voz se desdibujara, y no quería enfrentarme a mi madre por lo que había hecho, así que no tuve otra opción que seguir huyendo hasta que mis pulmones comenzaron a arder por la falta de aire. Cuando mis piernas empezaron a fatigarse, me detuve al llegar a la orilla de un río cercano. El lugar era hermoso: el canto de las aves, el murmullo de la cascada y las flores adornadas con hojas verdes ofrecían un espectáculo encantador.
Era la primera vez que veía este lugar y me sorprendió su belleza. Parecía un escenario sacado de los cuentos de hadas que mi mamá solía contarme. La claridad del agua me atraía, así que intenté tocarla con cuidado, pero un paso en falso me hizo resbalar y caer al agua. El miedo se apoderó de mí; traté de mantenerme a flote, pero la corriente me arrastraba y yo no sabía nadar.
— ¡Mamá! — grité desesperada pidiendo ayuda, mientras sentía cómo el oxígeno se me escapaba y todo se volvía borroso.
Cuando pensé que todo había terminado para mí, unas manos me agarraron y me sacaron del agua con gran esfuerzo. Sentí cómo me colocaban en la orilla y tosí violentamente, expulsando el agua que había tragado.
— ¿Estás bien, niña? — preguntó una voz preocupada.
Entre sollozos y con los ojos llenos de lágrimas, traté de enfocar a la persona que me había salvado. Era un niño mayor que yo, con el cabello rizado y largo, empapado por el agua y colgando desordenadamente sobre su rostro. Sus ojos eran de un tono avellana profundo y su piel, pálida, tenía un matiz casi moreno. Aunque parecía preocupado, su expresión era seria, muy seria, similar a la de mi padre cuando se enojaba por no haber hecho mis tareas.
— Gracias — le dije, rodeándolo con los brazos mientras continuaba llorando — Me has salvado.
El niño se tensó y, con algo de torpeza, correspondió a mi abrazo.
— Deberías irte — dijo, carraspeando mientras se alejaba y se levantaba para ofrecerme su mano.
— ¿Cómo te llamas? — pregunté con la voz temblorosa, aceptando su mano. Nunca lo había visto en el pueblo y parecía, ¿deprimido?
— Óscar.
— Óscar, yo soy Luna Fernández y tengo nueve años — respondí, extendiendo mi mano en un saludo más formal y sonriendo al notar cómo la comisura de sus labios se curvaba levemente en una sonrisa — ¿Cuántos años tienes?
— Tengo catorce — contestó, aceptando mi saludo.
— ¿No te gusta hablar mucho, Óscar? — le pregunté. Mi comentario hizo que frunciera el ceño y me ruboricé al darme cuenta de que a veces podía ser muy entrometida, algo por lo que mi mamá solía regañarme.
— Uhm...
— Lo siento — hablé con un tono algo brusco — ¿Quieres ser mi amigo, Óscar?
Su rostro mostró un destello de ilusión y yo mordí mi labio nerviosa, jugueteando con mi cabello desordenado.
— Sí — respondió él, y mi sonrisa fue instintiva.
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The Way You Hate Me
RomanceLos romances de infancia a menudo se describen como inocentes y puros, y se caracterizan por una ternura y corrupción compartidas desde una edad temprana. Puede recordarse con nostalgia y cariño porque representa una época de descubrimiento emociona...