Capítulo 10: El fuego que nos quemó

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Sin decir nada, me observó con una expresión de incertidumbre. Seguro que él también se estaba preguntando qué hacía yo allí.

— Yo, eh...

Me llevó un momento recomponerme, y al intentarlo, mi voz salió áspera, obligándome a carraspear. Como si me hubieran dado un calambrazo, aparté mis manos de las suyas de golpe. Él permaneció quieto, con el rostro serio, y, tras la separación, metió las manos en los bolsillos de su chaqueta de cuero negra.

Aunque no era alguien con quien quisiera volver a cruzar palabra, me sorprendí a mí misma mordiéndome el labio, buscando a regañadientes las palabras adecuadas para agradecerle por haber aparecido en el momento justo. Dios sabe qué habría pasado si no llega a intervenir. Solté un suspiro, aún con la respiración entrecortada, mientras jugaba nerviosa con los anillos de mis dedos.

— Óscar — murmuré, incapaz de sostenerle la mirada por mucho rato. Sin embargo, él no apartaba los ojos de mí, fijos e intensos, como si ni siquiera parpadeara — Gracias.

Él dio un paso hacia adelante, y yo, casi por instinto, retrocedí dos. Su presencia ya empezaba a desatar en mí un torbellino de emociones que no sabía cómo manejar, no en ese momento. Con calma, se llevó una mano a su sombrero negro, ese que nunca se quitaba, y me dedicó una leve inclinación de cabeza.

— ¡Óscar! ¿Qué haces aquí? ¡Te he estado buscando por todas partes, guapo!

Aquella voz femenina rompió de golpe la tensión que se estaba formando entre nosotros. Me giré y vi a una chica despampanante acercándose con paso seguro. Su estilo era imposible de ignorar: piel clara, cabello castaño claro, y un vestido rojo de seda corto que acentuaba su figura esbelta. Todo en ella desprendía seguridad y magnetismo.

No recordaba haberla visto antes, y eso me resultaba extraño.

— Hola, ¿qué tal? Soy Serena. ¿Y tú cómo te llamas? — preguntó, clavándome una mirada penetrante mientras se aferraba al brazo de Óscar. Él, por primera vez, pareció algo incómodo.

— Luna — respondí con esfuerzo, intentando esbozar una sonrisa débil.

— ¡Ay, qué nombre más bonito tienes! — exclamó con entusiasmo. Asentí ligeramente, sin saber cómo reaccionar. La incomodidad empezó a invadirme, y ya no entendía por qué seguía allí. Su siguiente pregunta, sin embargo, terminó por descolocarme:

— ¿Os conocéis?

Serena nos miró a Óscar y a mí con evidente curiosidad. Cuando volví a mirarlo, él ya estaba observándome.

— No.
— Sí.

Respondimos al mismo tiempo, nuestras voces chocando en el aire. Lo miré incrédula, confundida por su respuesta. ¿Por qué había dicho que sí?

— ¿Sí o no? — insistió Serena, arqueando una ceja y endureciendo el rostro.

— No — repliqué con firmeza, agradecida de que esta vez mi voz sonara segura — Disculpadme.

Sin esperar una respuesta, me giré y me alejé a paso rápido, sintiendo sus miradas clavadas en mi espalda.

Al entrar en la casa, cerca del bar, encontré a Daniela y Álvaro charlando relajadamente. Al verme, sus rostros cambiaron, seguramente notaron que algo no iba bien, pero logré esquivar el aluvión de preguntas que estaban a punto de soltar.

— Deberíamos irnos ya, Dani — le dije casi suplicante. Necesitaba salir de allí cuanto antes — Estoy cansada — mentí. Ella, sin decir nada, pareció entenderme, y accedió.

Álvaro se ofreció a llevarnos, pero preferimos irnos en la camioneta que Darío nos había dejado. Antes de despedirnos, aproveché que Daniela ya estaba subiendo al vehículo para acercarme a él.

The Way You Hate MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora