Capítulo 4: Tradiciones marchitas

22 5 4
                                    

— ¡Mateo, bájate de ahí! Sofía ven a bañarte!

— ¡No quiero!

— ¡Darío, los caballos!

— ¡Daniela! ¿Ya llevaste todas la flores?

— ¡Gustavo, Mateo!

— ¡Las manzanas no son de gratis, Luis!

Observaba con atención los movimientos y los gritos de mi familia, buscando alguna manera de organizarse. Permanecía estática en el umbral de la sala, aún vestida con mi pijama, sosteniendo mi taza de café y envuelta en mi bata de baño. Observaba a Mateo intentar trepar a una antigua figura de caballo que decoraba la sala, mientras Sofía huía de mi tía y Daniela llevaba una canasta de flores que dejaba un rastro de pétalos en el suelo. Darío, por su parte, cargaba una silla de montar.

Mi abuelita tejía tranquilamente en su mecedora, mientras desde aquí podía escuchar los gritos de mi madre indicando a mi padre cómo envasar jugo de manzana sin derramarlo todo. Mis tíos entraban y salían cargados con equipo de equitación, mientras mis primos adolescentes uno montaba una herramienta científica y el otro jugaba con el volumen alto en su celular, añadiendo más caos al bullicio generalizado.

Tomé un suspiro profundo mientras saboreaba mi café y me daba la vuelta para regresar a mi habitación. Estas eran las típicas mañanas en Santa María.

— ¿Cuál crees que debería usar? — desde mi pequeño escritorio, observo de soslayo a Daniela, quien tiene en sus manos dos vestidos — ¿Rosado o lila?

Detengo mi labor de tejer, y vuelvo a dirigir mi mirada hacia ella.

— Uhm... — reflexiono — Creo que el rosado te sentaría bien.

— ¡Lila, entonces! — da brincos ligeros y sale de mi habitación, dejando el vestido rosado tirado en alguna parte de la habitación.

Exhalé con frustración. A veces, Daniela podía resultar irritante, pero tenía que reconocer que su presencia y su personalidad única habían sido muy extrañadas durante este tiempo.

Tras el caos, la verificación de que todo estuviera en orden y unas cuantas reprimendas, me tomo mi tiempo para prepararme para el festival. Observo la ropa en mi maleta y la revuelvo con frustración al darme cuenta de que no había traído nada apropiado para la ocasión, lo cual no era sorprendente dadas las circunstancias apresuradas en las que compré el primer boleto de avión sin pensar en las presentes consecuencias. Levanto un conjunto verde que podría usar en cualquier reunión ejecutiva y suspiro frustrada al devolverlo a la maleta. Absorta, miro hacia mi viejo armario y me pregunto si aún quedan algunas de mis prendas allí.

Me levanto del suelo y me dirijo hacia el armario, abriéndolo con una pizca de expectación. Me sorprende encontrar aún una cantidad considerable de ropa, predominando los vestidos. Recuerdo con nostalgia cómo solía disfrutar combinándolos con mis botas, pero ahora veo que han sido reemplazados por blazers, pantalones y tacones de vestir, lo cual me llena de melancolía al darme cuenta de cómo ha cambiado mi estilo con el tiempo. Observo minuciosamente toda la ropa ante mí, contemplando los distintos vestidos que despiertan innumerables recuerdos. Finalmente, opto por un vestido amarillo suelto, con tirantes y la cintura ajustada, adornado con un lazo en el centro del busto. Es encantador y, lo mejor de todo, combina a la perfección con mis botas blancas.

Con mis dedos, intenté corregir el brillo de labios que se había corrido un poco y sonreí al ver el resultado. No solía maquillarme mucho, pero siempre llevaba pestañas enraizadas, un poco de corrector, rubor y brillo de labios; sentía que era todo lo que mi piel necesitaba. Justo cuando iba a quitarme los ruleros, unos golpecitos en la puerta me interrumpieron.

The Way You Hate MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora