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𝓒𝓸𝓷𝓯𝓲𝓪𝓷𝓭𝓸 𝓬𝓲𝓮𝓰𝓪𝓶𝓮𝓷𝓽𝓮 𝓮𝓷 𝓵𝓸𝓼 𝓹𝓵𝓪𝓷𝓮𝓼 𝓭𝓮 𝓐𝓵𝓵𝓪𝓱∞
𝘈𝘤𝘵𝘶𝘢𝘭𝘪𝘥𝘢𝘥

Ha pasado un mes desde que Omar se fue a Egipto, y no sé absolutamente nada de él.
Lo extraño y me muero por él.
No puedo evitar llorar, y hacer dúas a Allah por su causa.
¿Y si Omar es mi Maktub? ¿Y si no lo es? Sea lo que sea, gracias a él mi corazón se encontró espiritualmente y mi vida cobró sentido en el momento que hice la shahada y me declaré musulmana.
Quién sí me habla todos los días es Karim, el marroquí.
Me llama para acostarse otra vez conmigo.
Desde que Omar se fue no he vuelto a acostarme con nadie.
Quiero dejar atrás la Amanda que fui, ahora soy otra mujer, ahora soy Jasmine.
Pero creo que necesito un poco de la Amanda que era para poder empoderar a Jasmine.
Porque a veces siento que mi fé ciega en Allah se debilita, porque por mucho que quiera ser una mejor persona y recuperar a Omar, el se aleja cada vez más de mí.
Y Karim es una tentación al fin a cabo.
Yo soy mujer y necesito sentirme amada y deseada, pero no quiero volver a caer a lo mismo y estoy luchando contra mis instintos más primitivos para no volver a caer en las garras de Karim.
Mi corazón no está de la mano de Karim, yo no nací para una vida en Marruecos, por mucho que me fascine su país, por mucho que quiera pasar un simple atardecer en el desierto del Sáhara montada a camello, y pasear con los mejores velos por Chefchaouen, la famosa ciudad azul o bañarme en las cascadas de Ouzoud.
Mi corazón está de la mano de Omar, mi corazón pertenece a Egipto, al enigmático misterio de las pirámides, al Nilo.
Omar tiene que ser mi Maktub, como no me di cuenta antes, el siempre me amó, desde la primera vez que sus ojos negros como las rocas del mar se encontraron con mi mirada de miel.
Me di cuenta que empezaba a sentir algo por el hace unos meses cuando nuestros cuerpos se fusionaron como se fusionan la leche con el café.
Necesito despejarme y olvidarme de la vida un rato, y me dirijo presa de mis pensamientos a pasear vagamente por las favelas y los barrios de peligrosos de mi país, para darme cuenta de que mis sentimientos no son nada en comparación a los males que sienten las personas que están en situaciones mucho peores.
Veo unos niños que por sus facciones de la cara juraría que son afganos, jugando a la pelota en la calle, frente a una chabola en mal estado.
Tienen las ropas rasgadas y dá la impresión que llevan días sin bañarse, y que posiblemente pasen también hambre por la delgadez extrema de sus cuerpos infantiles.
Me conmueve como a pesar de todo y juegan a la pelota sonrientes.
Una lágrima va bajando por mí cara, no sé porque pienso en como sería la vida de Omar cuando era niño.
Pienso que esos dos muchachos podrían ser Omar y su hermano de niños jugando en los barrios más pobres de Egipto, aunque en este caso estes niños están jugando en las favelas de Brasil.
Se me encoge el corazón de solo imaginarme cómo podría haber sido la dura niñez de Omar.
De repente vienen a mi mente recuerdos de cuando cenaba con él y sus compañeros de piso cuscús con cordero y con extra de picante, comiendo todos de la misma fuente.
Un gran sentimiento de nostalgia invade mi ser.
Echo la vista hacia otro lado, y algo llama mi atención.
Un hombre de piel oscura como Omar y Karim, de unos aproximadamente 30 años, cabizbajo con la vista clavada en el suelo.
Me quedo un buen rato observándolo, se vè como preocupado por algo, tiene aspecto de no haber dormido nada.
De pronto levanta su cabeza y sus ojos negros azabache, profundos y penetrantes como el ébano se encuentran con mi mirada de mi miel.
-Hola - Le saludo educada y cordialmente.
Me devuelve el saludo, y me acerco para preguntarle si está bien y que le ocurre, si necesita que le ayude en algo.
Me dice que no quiere incomodarme y que no precisa de ayuda.
Ese muchacho despierta en mí una profunda curiosidad, y le insisto en si puedo ayudarle en algo.
Se lleva las manos a sus ojos cubriéndose el rostro y empieza a llorar sin desconsuelo.
Instintivamente le abrazo, y lo cubro con mis brazos para que en mí encuentre un refugio y protección.
Su cabeza reposa en mi pecho, y las lágrimas siguen bajando por su cara.
Le acaricio su pelo enredado y cubierto de rastas, y le digo que esté tranquilo, que confíe en mí y que deseo ayudarle en lo que esté en mi alcance.
No sé porque este desconocido me conmueve demasiado ni porque estoy actuando así con él.
Me recuerda mucho a Omar, será eso.
Me abraza como si fuese un niño pequeño de una manera como si buscase afecto o cariño maternal.
Poco a poco las palabras van saliendo de su boca y empieza a abrirse conmigo.
Me dice que su nombre es Amadou y es de Senegal.
Me habla de lo dura que fué su niñez.
De cómo perdió a su padre por la falta de recursos económicos, y la desesperación por sacar a su familia adelante, por ayudar a su madre y a sus hermanos a que nunca les falte un plato de comida para llevar a la mesa.
Me habló de como para escapar del hambre y de la pobreza de su país, en busca de un destino mejor y nuevas oportunidades se dejó engatusar por un hombre estafador y él junto con su grupo de reducidos amigos emprendieron un viaje en el cual pagaron más de 700 oros por cabeza, dinero conseguido con mucho esfuerzo, lágrimas y el sudor de su frente.
Un viaje en patera demasiado arriesgado en él cual perdió la vida su amigo Mamadou.
Su destino era España, el sueño dorado de todos los senegaleses.
Una vez llegado a ese país, un país donde apenas sabía el idioma y no conocía a nadie, hizo todo lo posible por encontrar un trabajo para ayudar a su familia.
Me cuenta con lágrimas en sus ojos.
Me dice que allí encontró un trabajo en el campo, en donde los explotaban, me recuerda a mi primer trabajo en los pimientos en donde conocí a Omar.
Sigo escuchando con atención su conmovedora historia.
Me dijo que no fue fácil vivir ahí siendo un inmigrante irregular sin papeles.
Y me contó que le ofrecieron varios chicos nigerianos un trabajo clandestino vendiendo relojes robados y accedió motivado por la desesperación y el miedo de volver a perder a su familia.
Me contó que le facilitaron la documentación, una documentación falsa que el tuvo que pagar a un precio elevado para evitar ser reportado a su país de origen.
Escucho la historia de Amadou con asombro, y cada vez que observo sus ojos cafés tan profundos un escalofrío recorre mi cuerpo.
Amadou sigue contando su dura y trágica vida, me cuenta que un amigo de él lo convenció para abandonar España e irse a Francia y le ofreció un trabajo mejor , y él nada más llegar al territorio francés llamo varias veces a su amigo y este le dejó tirado.
Y volvió a verse en la misma situación que antes, buscando trabajo en otro país que desconocía.
Una vez logró un pequeño trabajo dando clases particulares de francés y una vez establecido en Francia allí conoció a una mujer francesa, rubia de ojos azules con la que tuvo a una hija llamada Awa.
Esa mujer de un día para otro lo dejó y se llevó a la niña con ella.
La estuvo buscando por todas partes hasta que un vecino le dijo que escuchara que están en Brasil.
Con el sudor de su frente hizo todo lo posible por reunir el dinero, y ahora está aquí en Brasil desde hace dos meses y quiere recuperar a su hija, su pequeña Awa.
-Lo siento mucho Amadou, ha sido muy difícil todo lo que has tenido que pasar, quiero ayudarte en todo lo que esté en mi alcance -Le digo de golpe.
Me comenta que no tiene techo en donde dormir, que duerme aquí en el barrio más peligroso de Brasil en la calle, que muchas veces pasa frío y miedo y que intenta buscar trabajo pero todas las puertas se le cierran.
Sin pensármelo dos veces lo llevo a mi casa y le digo que se puede quedar todo el tiempo que quiera, ya que vivo sola y no es ningún problema para mí.
-Muchísimas gracias Jasmine por todo lo que estás haciendo por mí - Me dice de repente mientras una espléndida sonrisa se forma en sus carnosos labios.
Le preparo una taza de café y unas magdalenas y se las sirvo en la mesa y se queda algo más calmado mientras come tranquilo.

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