Prólogo

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Año 893, Séptima lunación del Calendario Ahnssico

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Año 893, 
Séptima lunación del Calendario Ahnssico.
Capital Bhendri, Imperio Andul.


El interior del gran salón de la Corte Imperial se sumió en un profundo silencio, roto solo por el eco de las botas de los guardias sobre el mármol pulido. Los nobles y los consejeros imperiales, quienes se habían congregado para discutir los asuntos delicados de Andul, siguieron con la mirada a la bestia que estaba siendo arrastrada por el pasillo.

El olor putrefacto que desprendía su cuerpo se impregnó en la sala. Desde el Gran Duque hasta el menor de los ministros, se cubrieron la nariz, asqueados por la presencia de aquella aberración. 

El prisionero, encadenado con grilletes de plata que quemaban su piel con cada movimiento, apenas podía mantenerse de pie. La sangre que escurría de sus andrajosas prendas, consecuencia de las heridas que habían infligido en su cuerpo esta mañana, manchó la extravagante alfombra.

Su piel, pálida como la nieve, mostraba cicatrices recientes, evidencia directa de las torturas a las que había sido sometido. Mientras que sus largos colmillos, que se asomaban detrás de sus labios agrietados, demostraban su naturaleza depredadora.

El monstruo, acusado de asesinato y traición, finalmente había sido capturado.

Días atrás lo habían atrapado cerca de la frontera con el reino de Olmhe. La desaparición de múltiples jóvenes en los pueblos colindantes fue clave para hallar su escondite en el profundo bosque que delimitaba las tierras del Imperio con los reinos del norte.

Desde entonces, lo habían mantenido aislado en el calabozo subterráneo de la Torre de Mebul. A pesar de que le habían privado de agua y comida, el hombre había sobrevivido; incluso sus heridas habían sanado en corto tiempo.

Y eso era lo que más aterraba al Emperador.

Pero aún consciente del peligro que representaba la presencia de aquella abominación en su palacio, había decidido invocar una sesión de la Corte Imperial para compartir con sus vasallos lo que haría con él.

—¡Escoria! —se animó a gritar el conde de Colhe cuando aquel engendro pasó delante de él.

—¡Una aberración! —le siguió el duque de Han, escupiéndole con rabia.

Las voces de los miembros de la Corte se elevaron para insultar a aquella repugnante criatura que pasaba delante de ellos. En cuanto aquel débil cuerpo fue aventado al suelo, el bullicio incrementó, al punto en el que comenzaron a maldecirlo sin cesar.

—¡Silencio! —ordenó el Emperador Alasdair con una voz profunda y resonante.

El monstruo, que había sido obligado a ponerse de rodillas en el centro del vasto recinto, alzó su rostro. Sus salvajes ojos, llenos de odio y desesperación, se encontraron con los del monarca, quien, desde su trono hecho de oro puro, trató de mantener la compostura.

El Jardín de Rosas | Park SunghoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora