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Año 1363,Tercera lunación del Calendario Ahnssico

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Año 1363,
Tercera lunación del Calendario Ahnssico.
Interior del Jardín de Rosas, Imperio Andul.


Antes de darle la espalda a la piedra, elevo la mirada al cielo. Cierro los ojos y respiro hondo, implorando silenciosamente, y por última vez, la misericordia de Andul. Me mantengo en esa posición por varios segundos, y cuando termino de aceptar mi destino, suspiro.

Presiento, en el fondo, que no obtendré una respuesta a mis súplicas. Nunca he recibido un mensaje de su parte. Incluso si me arrodillé incontables veces a rogar por su ayuda cuando era una niña, he concluido que jamás se ha tomado el tiempo de escucharme.

Y esta ocasión no será la excepción.

Con la mano temblando de ira, estrujo la tela del aparatoso vestido y exhalo en un intento de tranquilizarme. La helada brisa de la noche me acaricia el rostro, invitándome a abrir los ojos; mientras que el penetrante aroma a tierra mojada me invade la nariz, recordándome el sitio en el que me encuentro de pie.

Observo los densos arbustos que han formado impenetrables paredes y bajo lentamente la vista hasta que llego a la piedra ubicada frente a mí. Una inesperada determinación ha comenzado a correr por mi cuerpo, llenándolo de osadía.

No voy a morir el primer día. Me niego a abandonar este mundo sin haber intentado escapar.

—Quiero redimirme —murmuro. No espero que mi voz llegue a los oídos de nuestro Dios; en cambio, siento que es parte de un extraño ritual del jardín—. Muéstrame el camino correcto.

El canto de un búho hace eco en el interior del laberinto. Como si fuese la señal que necesitaba para ponerme en marcha, me saco los zapatos con tacón, puesto que se han enterrado en el lodo, y doblo a la derecha.

Sin mirar atrás, avanzo con lentitud por el estrecho pasillo, el cual está cercado por los altos arbustos espinosos. La débil luz de la luna, que traspasa la densa niebla y baña los setos, me permite observar una parte del camino.

Pero sus extremos están ocultos.

No alcanzo a divisar su final, así que debo vigilar cada uno de mis movimientos si no quiero tropezar. Con cautelosos pasos, permanezco en la misma dirección durante varios minutos; eso es hasta que la ruta se divide en dos.

Me detengo, sintiéndome repentinamente nerviosa, y analizo las opciones delante de mí. Paso la mirada de un pasaje al otro, tratando de adivinar qué esconden en su interior; de manera que, aunque estoy a punto de tomar una decisión que definirá si me acerco o me alejo del centro del laberinto, no consigo concentrarme.

No paro de imaginar qué hay del otro lado.

No puedo dejar de pensar en qué me espera al llegar al final.

—Izquierda o derecha —murmuro, indecisa.

Las dos opciones parecen ser incorrectas. Ambas parecen conducirme a la muerte.

El Jardín de Rosas | Park SunghoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora