13| Lienzos y recuerdos

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Había sacrificado la vida de su hijo.

Mazder no pudo con el dolor, ni siquiera Nerea, quien llegó a su lado y cubrió su cuerpo con una camisa empapada de sangre y feromonas que transmitían empatía hacia su pequeña existencia rota.

Lo abrazó con desesperación, con la agonía latente y destructiva del engaño y la traición. Gritó el nombre de su esposo hasta que Nerea acabó por escupir sangre y se le vino el mundo abajo.

No tuvo tiempo de llorar por su tragedia, Mazder se aseguró de hacer presión en las heridas de Nerea mientras él le susurraba que todo estaría bien. Su llanto era una mezcla de histeria, desesperación y dolor. Quería llorar por él al mismo tiempo que lloraba por la condición de Nerea.

—Podrás traer más cachorros al mundo, Metztli, eres fuerte, pero hoy tienes el derecho de llorar por la pérdida de tu cachorro. Puedes… creer con toda seguridad… Que comprendo tu dolor.

La sangre de Nerea se mezcló con la suya y la de su cachorro, el sello se iluminó con más fuerza y Mazder levantó la cabeza, prestando atención a la puerta agrietada. Empapó de sangre su mano una vez más y se puso de pie, todavía con el cuerpo punzando en dolor.

Observó el sello, las respuestas yacían detrás de esa puerta, entre lienzos y recuerdos.

Colocó su mano sobre la puerta.

—¡Mazder! —la voz de Kalev se escuchó—. ¡¿Estás bien?!

Lo detestó, Nerea, quien estaba al borde de la muerte, fue ignorado. Aunque pareció que ya estaba tan acostumbrado a ser usado que sólo desvió la mirada y cerró sus ojos, aceptando su destino de morir en unas tierras lejanas, y por culpa de los humanos.

Bastó un leve empujón para que la puerta se desintegrara.

Lo primero que todos miraron al observar dentro fue un lienzo tan grande que ocupaba la pared principal. Cualquiera que entrara sería lo primero que vería.

Kalev se agachó cuando Nerea chilló y le dio a beber una poción que también vertió sobre sus heridas.

—Prometo que me arrastraré por el lodo para conseguir tu perdón, pero… Sólo por hoy déjame cargarte y curar las heridas que yo mismo provoqué.

—¿Qué hay de tu Diosa?

—¿Diosa? ¿Cuál Diosa? —Kalev mostró el orbe roto y sólo pudo sonreír y pegar su frente a la de Nerea—. Tu eres mi Omega, no te amo, pero te necesito en mi vida.

Se quitó su capa para dársela a Mazder, Nerea chilló y movió su cola, agradecido.

Los tres entraron.

Cuando Mazder no pudo más con el dolor, también se apoyó en Kalev.

Cada paso que dio dejó un rastro de sangre que iluminó la habitación con unas llamas doradas que se dispersaron en motas de luz más pequeñas. Una de ellas tocó su nariz.

La habitación estaba repleta de lienzos, un lobo negro de ojos dorados era quien los observó de forma tranquila y amena. Mazder llegó hacia la pared que conectaba el cuarto donde su padre pintaba y al abrirla se quedó congelado.

Había pintura roja y negra por todo el lugar. Lienzos con sombras que logró reconocer cuando recobró la compostura.

—Parece una clase de historia —Kalev tocó uno que ardió en fuego dorado.

Cuauhtlah: La Tribu del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora