Capítulo 3. Corazón autodidacta

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—Yo... no sé qué decir... No sé qué me ha pasado... Lo siento mucho —dijo Fructuoso con voz temblorosa.

—P...pero... ¿Por qué se disculpa? No tiene que disculparse, a mí me ha gustado mucho y... —Nicanor se encuentra totalmente ruborizado, no sabe muy bien qué hacer y aún no se ha colocado la ropa ni incorporado, simplemente sigue ahí en la camilla —. Doctor... a mí......

No es capaz de decir con palabras todo lo que siente. En parte, porque piensa que es muy vergonzoso todo lo que tiene que decir y, en parte, porque no sabe cómo se lo podrá tomar el doctor.

—A mí... Me ha gustado mucho... Su bubujiji...

—Yo... No soy así... Yo no soy así... Tengo que pedirle que se marche por favor. Vuelvo a disculparme. Olvide todo lo que ha pasado. Y si puedo hacer algo para compensarle, dígamelo... —susurra con un hilo de voz y expresión descompuesta con mirada perdida.

—¿Cómo que no es así? ¿Por qué dice eso? Pues a mí me parece que usted lo ha disfrutado mucho también. O al menos eso ha dejado ver —refunfuña Nicanor, que no se cree ninguna de las palabras de Fructuoso —. Y sí que hay algo que puede hacer para compensarme... Concédame una cita.

Fructuoso no sabía cómo sentirse. Toda la lujuria que se había apoderado de su mente se había desvanecido y el arrepentimiento inundaba todo su ser. Cada palabra de su paciente llevaba razón. Aquellas habían sido las sensaciones más agradables de su vida y no sabía cómo gestionarlo. Él no era uno de esos. Él no era así.

—Va...vale. Lo que usted me pida. Pero por favor, no le hable de esto a nadie. Si quiere conversaremos al respecto en otro momento. Pero por favor no lo cuente. Tengo que pedirle que se marche, voy a empezar a llamar pacientes... Es la hora. Y de nuevo... Discúlpeme —dijo con voz temblorosa. El corazón le iba a mil, sentía que iba a entrar en parada de un momento a otro. Necesitaba tranquilizarse y pensar en todo aquello con claridad o iba a tener que buscar el desfibrilador.

—G...gracias... D...doctor... —alcanza a decir Nicanor tras las palabras de Fructuoso. Se encuentra totalmente ruborizado y ha tomado consciencia total de la situación, así que, como alma que lleva el diablo y casi sin ponerse del todo los pantalones, sale de allí corriendo.

Cuando cruza la puerta, se encuentra con todos los pacientes ahí esperando, lo que lo sonroja aún más. También se choca con una chica joven con pijama sanitario que se está dirigiendo a la consulta de Fructuoso. "Qué vergüenza, qué vergüenza", musita para el cuello de su camisa mientras camina todo lo rápido que puede para dejar el hospital cuanto antes.

—Uy, ¿este no era el último paciente de ayer? —comentó Victoriana sorprendida, entrando en la consulta.

Fructuoso no sabia que responder, tenía la cara desencajada, el pelo sudado y la ropa mal puesta. Se hallaba inmovil, en pie en mitad de su consulta. No podía contestar, estaba todavía en shock. Su ritmo cardiaco se iba ralentizando a medida que pasaban los segundos, intentando retomar la calma.

Victoriana se imagina cosas, por el contexto de la situación. Cree que no debería preguntar nada, pero aun así hay algo en su interior que le dice que pregunte. La curiosidad mató al gato, pero quien le tenga miedo a morir que no nazca.

—Fructu, amore, ¿estas bien?

Fructuoso no sabia que responder, estaba pálido como el biombo de la consulta de esos para crear intimidad.

Victoriana se dejó de rodeos. Necesitaba información, contenido yaoi.

—¿Qué ha pasado con el paciente que acaba de salir?

Fructuoso se sonroja, tiembla, se siente avergonzado y no sabe donde meterse.

—Nada... u-uwu.

—¿Cómo que nada? He visto salir a ese paciente muy ruborizado. Eso no es algo que pase todos los días... ¡Hasta tenía el pantalón a medio poner! ¿Qué ha pasado aquí? Que me entere yo. Venga, en confianza...

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