—Ya veis, en un bar de cruising —susurraba Afrodisio en medio de la sesión clínica, a todos sus compañeros, antes de la llegada del protagonista del salseo que estaba contando con pelos y señales.
—Aymai —responde Amador, sin saber muy bien qué decir en ese momento.
—Sí, hombre, qué dices. Te has confundido o algo —replicó Atanasia, jefa de servicio que conoce al dúo desde la residencia y no había escuchado pocos comentarios en contra de la boca del susodicho.
—Pero un momento, ¿qué es el cruasán ese o como se diga? —continúa Amador.
—Aysh, cariño, qué poca cultura general que tienen estos boomers... Pues a ver, para qué te enteres: el cruising es cuando los gais hacen trakatrá. No sé si lo entenderás. Ya sabes, trakatrá. Un bar en el que hacen trakatrá —espetó Afrodisio de mala gana.
—¡Aymai! ¡Que el Fructu es bujarrón! —respondió Amador sorprendido.
—Ya te hemos entendido —respondió Bonifacio, cortante.
En ese justo instante aparece por la puerta Fructuoso.
—Buenos días —saludó mientras todas las miradas de la sala se posaban en él, junto a un silencio que reinaba entre los presentes.
Fructuoso se sentó extrañado de que nadie contestase y no le apartasen la vista.
—¿Qué? —preguntó con tono desagradable. No estaba para tonterías últimamente, bastante tenía con lo suyo.
—Nada, nada —respondieron todos al unísono.
Fructuoso se siente extrañado, pero no dice más al respecto. Aunque las dudas e inseguridades le reconcomen por momentos durante el resto del día. Otra cosa que le reconcome (y no solo por momentos) durante el resto del día es el "espectáculo" del tal Nicanor de esa noche. "¿Espectáculo? A saber a qué se refiere... Conociéndolo seguro que alguna guarrería indecente", niega con la cabeza. "O no, parecía arrepentido por lo del bar infernal y que le hacia ilusion que vaya a la cosa está".
—No se que hacer —dijo en voz alta hacia sí mismo.
—¿Qué te pasa, amore? —respondió Victoriana mientras recogían sus cosas de la consulta al finalizar la jornada laboral.
—El tío pesado este de siempre —musito Fructuoso, sin poder callar más toda la situación. Si en alguien confiaba era en su compañera de consulta.
—Pues sí que vas en serio... —comenta Victoriana mientras guarda sus cosas en una bolsa—. ¿Y bien? ¿Qué tal? Porque parece que os habéis seguido viendo. ¿La cita esa que tuvisteis?
—¡Qué serio ni seria! ¡No digas tonterías! Y la cita... —Fructuoso no supo cómo continuar la frase y se quedó en silencio, sonrojándose por momentos.
—Qué mono, si se sonroja y todo... Vaya, que habéis hecho trakatrá —asegura.
—No no no, solo oral —respondió cayendo en la cuenta de que no quería ofrecer tanta información y aquel dato se le había escapado.
—¡¡Pero bueno!! ¿¿Y qué tal?? ¡Sí que vas rápido, sí! Eso sí que no me lo esperaba de ti... —contestó Victoriana sorprendida. Conocía a Fructuoso y no se esperaba nada que fuese a ir tan rápido con alguien y, sobre todo, que lo contase así como así, a los cuatro vientos, porque siempre había sido alguien de muy pocas palabras.
—La verdad es que no se que me pasa, es todo muy extraño. Ni siquiera me reconozco ¿Quién soy? —susurró taciturno, sentándose de nuevo en su silla y mirando al suelo en plan intenso.
—Entonces te gusta mucho ese paciente, ¿no? Cuenta, cuenta.
—¡Que va a gustarme! No es eso... Creo que no estoy bien. Igual me cojo una baja o algo.
ESTÁS LEYENDO
Hospital Genital
RomanceUna bella historia sobre el amor prohibido entre un urólogo y su paciente.